Por: Mercy Vargas
¡Murió Fidel!
Mi madre despertó hoy con esa noticia y ambas nos miramos azoradas!
Durante los 20 primeros años de la nueva vida que comenzamos en Perú en el 1966, nos debatimos entre la desesperación de no poder saber de mi abuela que quedo en la isla, el deseo de tener noticias, y los ruegos de que la revolución «caiga».
Los 30 años siguientes y habiendo logrado ir a ver la tumba de mi abuela, Minita, comenzó a descubrir su amor por el Perú ,y la Cuba en el exilio de Miami, la cólera que le generaban Los Castro era evidenciada más que nada, cuando en sus largos espacios de tiempo allí para mantener su residencia, convivía con cubanos.
Siempre pensé que el antifidelismo no se le iría jamás. De hecho aún hoy lo lleva consigo. Sin embargo, esta mañana, al saber de esa muerte, sus ojos a mi parecer volvieron a tener esa duda del día en que el anciano Fidel se cayó y rompió el brazo, ambas nos confesamos ese día que nos daba tristeza, quizás porque Fidel Castro tenía solo un año más de edad que mi padre y el verlo caer, endeble y adolorido, nos recordó que nadie debe alegrarse del mal ajeno.
No me alegra su muerte, pero la verdad fue muy esperada, porque la vida de millones de familias cambio ese 1 Enero de 1959.