Cada día me convenzo que la democracia hay que practicarla todos los días, con el perdón de mi padre que es un escéptico con ella, bordea el pesimismo y opciones más de mano dura. Dejar de practicarla un día es muy tentador ante los cantos de sirena del autoritarismo y otros males que asolan el sistema democrático como la corrupción, la opacidad en la rendición de cuentas entre otras enfermedades. Bajo este epítome, la política en su expresión más amplia debería de ser una suerte de pedagogía, aprendizaje cívico tanto de quienes nos gobiernan como de los gobernados. De esos yerros y aciertos se pudiera aprender. Lo sucedido con el Lote 192 ha sido una suerte de oportunismo de la clase política en todos sus niveles: local, regional y nacional. Todas a una para hacer un dividendo ringorrango (los fujimoristas que tienen alergia a lo público también se han aupado al carro). Desgraciadamente en la discusión se ha desviado el meollo del problema que los representantes de las organizaciones indígenas venían y vienen reclamando desde hace mucho tiempo sobre el saneamiento ambiental que tiene respaldo constitucional. Con comportamientos como estos no aprendemos en la convivencia. Aquí en España el gobierno central ante el reto de los nacionalistas catalanes (cada día que pasa esa mesnada son un esperpento donde duermen en la misma cama corruptos, gente de izquierdas, de derechas, otras especies de cuidado y en vías de extinción) se ha movilizado para impulsar una ley a su medida para imponer sanciones al Presidente de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Sí, como Juan Palomo, yo me lo guiso y yo me lo como. Lo puede hacer porque tiene mayoría parlamentaria (este gobierno no tiene “pudor constitucional”) ¿Es esto posible en un gobierno que se reclama democrático y respetuoso de las libertades? Es de risa. Sí lo hiciera Maduro y otros de su esfera, no duden que hubiera vociferado como acto totalitario y otros sambenitos. Con democracias como éstas perdemos todos.

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