Los que pregonaban el fin de la historia con el derrumbamiento del la economía planificada y la victoria de la economía de mercado – y de las llamadas libertades (o derechos) individuales, no sabían o sí sabían callaron (con complicidad) que el sistema capitalista era y es un sistema con “defectos de fábrica”- recordemos el crack entre otros fallos del sistema tan cíclicos y recurrentes. Ahora con la crisis económica encima de nuestros cogotes y paliada con medidas de austeridad nos anuncian una nueva crisis. Está lloviendo sobre mojado. El “austericidio” nos va matar. Con estos pronósticos tan oscuros el horizonte no está despejado, se viene otra tormenta y los pobres ¿cómo vamos a protegernos? Recordemos que de estas crisis los que salen ganando son los que tienen más. Ante este panorama de nubarrones y mar crispado que cada cierto tiempo pueden convertirse en vendavales las personas de a pie pueden preguntarse sí estamos mejor con el triunfo de este sistema económico, lo dudaría (salvo para nuestro Nobel de Literatura). Sí pones tus ahorros en un banco, este puede quebrar por sus malas inversiones especulativas. Sí inviertes en un inmueble, este puede desplomarse en precio por la burbujas inmobiliaria. En relación con el trabajo ha pasado a ser un derecho de usar y desechar. Me explico, por estos años ha aumentado la precariedad laboral en todos los ámbitos, salvo para los poderosos que sólo exigen medidas para que ellos sigan disfrutando de las bondades de este sistema de libertades. Este sistema de economía de mercado tiende a olvidar a las personas (la sociología de la ausencias, llama Boaventura de Sousa Santos), el día que se haga un inventario de los daños que ha causado este sistema económico, seguro que nos mostrarán cifras escalofriantes: personas que no pudieron acceder a un sistema de salud y fallecieron, personas de más de cincuenta años que no pueden acceder a un trabajo digno, discriminación de género en el trabajo, personas con discapacidad segregadas del mercado laboral entre otras situaciones cotidianas. Ha ganado, y está ganando, el desamparo.