EL TREN EXTRAVIADO DEL MARINO
La anormal costumbre de comer andando, sin detenerse ni a pedir más o dar las consabidas gracias, es un dato impresionante del informe del alférez de fragata, Germán Stiglicht después de recorrer los ríos Pachitea, Alto y Bajo Ucayali, Amazonas, Urubamba. Esa extraña manera de alimentarse de los selváticos era debido a la lanceta letal, la succión vampiresca, el malestar de los zumbidos repentinos como asaltos a los pobres oídos, de los temibles y tenaces zancudos. Ese insecto era casi el infierno tan temido. Y el militar escribió sobre el peliagudo asunto: He gozado de algunos que a pesar de vivir muchos años en el Ucayali no pierden la costumbre de blasfemar, de repetir, batallar, tornar, injuriar, etc. a los zancudos, al Ucayali, a la hora que se les ocurrió ir… y cuando se ofrece un chimaiche o una tamborada con remojo se olvidan de todo. Es decir, para acabar con esas bestias aladas nada mejor que el baile, el festejo.
La furia de los zancudos es poca cosa comparado con la carencia en el vocabulario que encontró en su largo viaje. En sus andanzas, en sus desembarcos, en sus conversaciones con las gentes de varios lugares, en sus investigaciones sobre el hablar de los lugareños, que él creía que era debido a la falta de educación y no una expresión cultural, descubrió que los amazónicos de ese tiempo se habían comido una letra del abecedario. Como si nada, como si ello fuera posible, hombres y mujeres se zamparon la letra zeta y nadie conocía ni el sonido ni la grafía de ese símbolo convencional del idioma. Los pobres selváticos hablaban entonces un lenguaje parcial, canibalizado o empobrecido. En realidad, el inconveniente que el marino no supo desentrañar era el sonido donde la s y la z se confundían. Es por demás extraño que no haya escrito que entre los selváticos no existía la b de burro. O la v de vaca.
Era 1904 y el marino imaginativo, impetuoso, diligente, fue comisionado por la Junta de Vías Fluviales para inspeccionar esas arterias fluviales y luego de la ardua labor, de navegar tantos días, de atracar y de conversar con la gente, aparte de descripciones de lugares, de mediciones pertinentes, de recomendaciones y de otros menesteres, metió hechos pintorescos que confirman la miopía, la ceguera o la extravagancia de los visitantes de tantos pelajes, de los forasteros que a través de los años han arrendado por la floresta. La historia se ha repetido siempre como una maldición y hasta podríamos cansarnos mencionando las metidas de pata, las ridiculeces, los inventos de esos viajeros que han contribuido a la visión deformada de la maraña nacional. La feroz agresión del zancudo, la falta de la z no son nada, sin embargo, ante el tren que recomendó el militar en determinado momento de su informe.
En ese momento estaba de moda, el tren fantasma, el vehículo ficticio, que nunca arribó a la ribera de cualquier río selvático. La ilusión volvía como las estaciones y el alférez andaba con bastante entusiasmo con el asunto de los rieles, los vagones. Creía que la línea ferroviaria iba a partir del ande y llevaría al viajero eventual a un destino insospechado. Escribió: Cuando la locomotora, partiendo del Cuzco asome sucesivamente por los varaderos orientales i extraiga de cada uno de los ríos la savia rica de sus selvas; cuando llegue a Chanchamayo i cruce un puente para dirigirse al Huallaga, cruce otro para irse al Marañón y otro más en el Pongo de Manseriche, i un pasajero recorra Sud América por su interior y contemple tantas riquezas, admire la facilidad que hay para tender líneas de ferrocarril y las ventajas o rendimientos, veremos que del centro a la costa entrará la civilización. Pero esa civilización en rieles jamás arribó.
En su exaltación del marino imaginó luego una red ferroviaria continental, sin término y tan brutal que iba a incluir a Brasil, Paraguay, Bolivia, Ecuador y algunos otros países de la cuenca selvática. Es decir, el uniformado se puso a soñar despierto. Soñó más que nadie, desconociendo que los que pudieron invertir en el tren al bosque no lo hicieron descaradamente. No solo por incompetencia o por ansia de rapacería, sino por simples celos políticos. Frenaron esa obra para evitar que otro se lleve la gloria. El peor de todos fue el general Manuel Apolinario Odría, que en el tiempo de su dictadura ordenó sacar 11 kilómetros de rieles que se habían tendido desde Pucallpa hacia Tambo de Sol. Es decir, el uniformado ordenó desmontar lo avanzado para acelerar la labor del tren de Sicuani. El marino viajero no quiso sacar ni un metro de riel tendido. También quiso su tren personal. Y lo escribió en su informe, con cifras, números y fundamentos.
El extraviado tren del marino Germán Stiglicht iba a salir disparado en cualquier momento, pitando y echando humo hasta por los codos, de la flamante estación de Aucayo. Sí, de ese caserío situado a unas 2 horas de Iquitos, con riberas de greda colorada que antes parecía un extenso pasto. Luego de un recorrido de 6550 metros, rebosando de carga y pasajeros y hasta pavos entre los vagones, iba a arribar a un punto de tránsito ubicado en la ciudad cercana. Después del desembarco y de la aceptación de nuevos pasajeros, de más carga, el dichoso vehículo iba a partir hacia la frontera, hacia el Yavarí – Mirim, donde se levantaría una estación de llegada con su correspondiente conexión inalámbrica.