En medio de los acordes musicales de la banda oficial y saboreando el gusto de caramelos regalados por una alta funcionaria que acudió a despedirlos, partieron los llamados maestros de frontera. En dos lanchas, Don José I y Don José II, ellos y ellas navegan ahora con sus familiares, sus cargas y hasta sus alimentos, y van a cubrir las plazas de la zona del Napo y de Colonia Angamos-Yavarí. En pleno viaje están ya fuera de los adioses reiterados, de los emocionados discursos, de las eufóricas notas de prensa. Y todo estaría bien si es que esa partida no fuera un itinerario a destiempo, una navegación tardía.
En el recorrido por algunos ríos de nuestra región las dos naves alquiladas, por más que los tripulantes se esfuercen, arribarán tarde a su destino, porque en el otro país, en el otro Perú, las clases escolares comenzaron hace tiempo. Y comenzaron siguiendo un calendario establecido, que excluyó como si nada a tantos moradores del país. En un sector del campo, en una parte del medio rural, las escuelas y colegios todavía no abren sus puertas. Es la antigua frontera siempre abandonada que nos sale al paso. No hay novedad en ese frente. Ese desfase se repite todos los años como una reiterada emisión del atraso, una confirmación en carne viva de la marginación de los compatriotas que viven en esos ámbitos distantes.
Cuando ambas naves dejen al último profesor en su puesto de trabajo, esa franja de la frontera recién comenzará con el año escolar. Es decir, tardíamente y en evidente desventaja. Así las cosas, la desigualdad entre el campo y la ciudad, entre lo urbano y lo rural, se mantendrá como siempre. El subdesarrollo habrá ganado otra vez. El tardío viaje de los maestros y maestras de frontera se repite cada año, sumándose al manual de la impotencia donde figuran los otros males estructurales de la región. ¿Qué se hará el año que viene para que ese viaje no sea una navegación a destiempo, un periplo tardío?