EL SILBATO DEL GOBERNADOR

En aras de la paz y la concordia, en nombre del fin de semana y el desatado ánimo parrandero, el señor Nelson Fernández Cieza,   gobernador de esta vasta villa modelo, esta región consagrada día y noche al Dios del amor, al pleito, la bronca, la zancadilla, debió  agenciarse de un silbato de árbitro futbolero para dirigir los destinos de las dos marchas programadas para hoy viernes. Silbato en  boca, vestido como el de negro o de otro color, con tarjetas amarillas y rojas, el flamante soplapitos debió ponerse adelante o atrás o a los costados de ambas manifestaciones para evitar que ambos falanges enfrentadas callejeramente se echen agua, se digan vela verde o se extraigan la grasa corporal.

El ejemplo arbitral es, desde luego, una soberana grosería, pero es lo único que nos ocurre para graficar el comportamiento del señor gobernador ante el feo entripado de dos marchas el mismo día, a la misma hora y por las mismas arterías alteradas chinescamente. Consideramos que el aludido debió dejarse de cosas, de fintas extrañas, de manos blandas. Desde su cómodo despacho, en nombre de la ley, debió ponerse los pantalones de faena y declarar ilegal a los contramanifestantes. Como si nada, como si no tuviera eso que sirve para freír, como si no le amparara la legalidad, pidió a Fuerza Loretana que se abstuviera de su marcha. Y se abstuvo pero ese no es el problema.

Es que el señor gobernador admitió que los que llegaron después, los frentistas, con evidentes anhelos de camorra, se salieran con la suya. Los frentistas no tienen la razón en esta oportunidad. Deliran en una furiosa fijación, en una monomanía enconada y sus líderes bien pudieron programar una marcha al día siguiente, el domingo por la mañana, el lunes a mediodía, el martes a más tardar y no portarse como infantes caprichosos y sus pataletas. Es una muestra de debilidad patear el tablero establecido, mostrarse intransigentes a raja tabla y adoptar acciones provocadoras. Eso es no saber hacer oposición, carecer de un programa propio, actuar por reflejo de acuerdo a los movimientos del adversario político.