El sereno abusivo

El aparentemente inofensivo piropo, ese supuesto ejercicio varonil, esa propuesta descarada que nada tiene que ver con la alabanza a la belleza femenina, en realidad es el ejercicio de la violencia, el principio del acoso sexual. Por allí comienza, casi como una broma, casi como jugando, el atropello a la mujer en nuestras sociedades construidas bajo el imperio de un machismo recalcitrante. Algunas mujeres ahora se rebelan contra la verborrea del piropo, contra las evidencias de la vieja modalidad de marginación, de exclusión. Ello viene a la par con el avance de la mujer en otros campos de la actividad humana. Pero no es suficiente. Hay todavía mucho que hacer en ese terreno.

La iglesia de antaño, esa que fomentó la soltería  como una manera de mantener el poder, se dio el lujo de perder el tiempo discutiendo, con altos argumentos, con profundas citas de reputados autores, si la mujer tenía alma. El voto femenino era impensado hasta hace poco. En algunas partes del mundo de hoy, en pleno siglo XXI, la mujer todavía no puede manejar un carro. La mujer sigue siendo un ser vilipendiado. En ese contexto puede verse mejor lo que acaba de ocurrir en un modesto bar de Pampachica, donde un miembro de serenazgo del Municipio Provincial de Maynas se propasó con una mujer.

El hecho puede prestarse a bromas mal pensadas, a chistes de índole sexual, a chacotas de uno u otro lado, pero no deja de ser una evidencia de la tara del machismo, del desdén a la mujer de quien se puede abusar si las condiciones lo permiten. El miembro del serenazgo abusó de su supuesto poder, evadió los dispositivos vigentes sobre el trato con las mujeres y tiene que responder por sus actos. No puede quedar impune en una ciudad donde la violencia contra las mujeres es alarmante.