El sastrecillo valiente
La acerada pluma de Mario Vargas Llosa nos gusté o no está atento a los problemas del mundo al menos cuando se trata del poder político. Pone el dedo en la herida y duele. Sus columnas, para mi gusto muy largas [y reiterativas] para estos tiempos posmodernos, incomodan a propios y extraños. Son punzantes y logra ser un calidoscopio de lo que ocurre en el planeta azul. Su agudeza y buena información son los ingredientes de sus opiniones. En Latinoamérica las urticantes críticas a los modelos políticos venezolano o cubano ha sido uno de sus caballos de batallas, en su opinión mengua la libertad personal. Se ha convertido en un paladín de la libertad [en sus crónicas hace poca mención a la igualdad], su paso por la presidencia del PEN Club así lo demostró denunciando acoso contra escritores de parte de regímenes que limitaban el ejercicio de la crítica de estos intelectuales. Sus opiniones jugaron, y mucho, en el último proceso electoral peruano y como consecuencia de sus intervenciones se pergeñó una hoja de ruta que permite que el Presidente Humala esté atado en corto de cara a las políticas sociales porque cada mal paso se acude a ella, a la hoja de ruta para pararle los pies. Entre sus obsesiones de la arena política están la libertad y el libre mercado, él piensa que este último es el mejor árbitro de las decisiones. La maximización de los intereses individuales redundará colectivamente en la sociedad como señala el canon liberal. Por eso me resulta extraño que su mordaz pluma no ponga el acento a los casos de corrupción política y moral que está sucediendo en la península en manos, mayoritariamente, de sus compañeros de ruta liberales. Por el momento calla y mira para otro lado. Espero que salga a denunciarlo si no puede convertirse sin querer en su cómplice.
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