El rio abandonado
Es cierto que nuestras pobres vidas provincianas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Es también cierto que al raudo, carprichoso y meándrico Amazonas le importa una lechuga contiendas y competencias sobre maravillas naturales del mundo y otras cuchipandas. Es tan vasto y soberano que no requiere de medallas o trofeos. Por lo mismo, cualquiera que sea el resultado de la contienda internacional, nuestra tarea de conquistar y colonizar ese grande y maravilloso río sigue pendiente. Es una tarea que está ahí, en esa agenda que nadie quiere abrir, ni discutir, muchos menos ejecutar.
El primer escriba que dejó testimonio sobre ese río fue don Gonzalo Fernández de Oviedo y no descartó entonces la presencia de unas hermosas y peleadoras hembras, que no tenían uno de los senos y que no necesitaban de varón. Ese hecho legendario podía ser bien aprovechado en un eventual sitio turístico. Otro paso podría ser levantar un puente de orilla a perilla en el lugar donde ocurre el portento de la confluencia del Ucayali y el Marañón. Y así podríamos seguir hasta desembocar en el Atlántico de nuestras ilusiones. Una de nuestras mayores desgracias es que no hemos sabido explotar a ese inmenso río. Como si nada, le dejamos ir todos los días.
La desgracia diaria del agua potable es solo una muestra. La ruinosa navegación es otro episodio. Podríamos seguir hasta arribar al nevado El Mismi donde dicen los que saben que nace ese gigante de las aguas del mundo. La gran tarea que queda, de aquí a la eternidad, si eso existe, es defender ese don de la furia de los modernos piratas. No hay que olvidar que hace más de un siglo un navegante norteamericano, con toda concha y con todo desparpajo, recomendó a su gobierno que se apoderara sin más de ese descomunal río que desde hace tiempo no pasa por la orilla de Iquitos.