EL REGRESO DE LA PESADILLA

La celebrante y ecológica urbe de Iquitos se parece al desventurado y maltratado héroe Prometeo. El mismo que fue castigado por robar  el fuego para entregarlos a los pobres hombres que entonces comían crudo. El pobre varón paraba encadenado a una sólida roca y un buitre enconado le metía picotazos letales. Día y noche se repetía el ataque, y esta ciudad también está condenada a sufrir de por vida los golpes tan fuertes como en el poema vallejista.  No de buitres fieros, ni de golondrinas becquerianas que antes invadían la Plaza de Armas, sino de los ávidos, brutales y turbulentos gallinazos.

Los gallinazos, con o sin plumas, son más bravos que los perros de presa, más incisivos que las hienas o las arpías. No creen en nada ni en nadie, menos en servicios deficientes de baja policía, menos en carros recogedores que no sirven ni para taco de escopeta, menos en gordos limpiadores que se quejan de que han sido estafados. Y, desde hace milenios, desde el inicio del tiempo,  tienen sometida a la ciudad de Iquitos con más eficacia que los terribles chinos alcantarillistas.

La festejante y ecológica urbe oriental anda desorientada otra vez, como tantas veces en su desconcertante vida. Porque los gallinazos han regresado cual heraldos de la suciedad y de la basura excesiva. La pesadilla está allí, ante todas las narices cercanas al amenazado aeropuerto, mientras que tantas calles no son limpiadas nunca. ¿Es la basura acumulada siempre la que atrae a esos pájaros de luto, esas aves sombrías? ¿O son nuevos desperdicios que surgen debido a la postmodernidad? ¿Debe el voluminoso Brunner, el hombre que se jactaba antes de que la basura era su negocio redondo, ser juzgado y sancionado por traer de nuevo a los gallinazos? ¿O hay que investigar cerca al lugar de donde salen los aviones? ¿Hay que esperar un líder que tome como símbolo a un gallinazo en vista de la activa campaña política  por la mamadera?