“El que no nace conchudo muere cojudo”

Somos el país de la sinrazón, de la fanfarria, de la caricatura, de la pendejada, el que premia a Pepe el vivo, del criollo que se las sabe las de quico y caco, el que se burla de las normas. Resume bien la frase que lleva esta crónica. La demostración de estos defectos que hicieron gala Alejandro Toledo y Alan García en las últimas semanas es para llorar de la decepción. Nos muestra tal como somos, unos caraduras. Una burda caricatura. Somos un país que se construye de mocos y babas (lo dijo hace mucho tiempo Pablo Macera, antes de su paso por el deprimente fujimorismo). No somos nada serios. Con tremendos casos de corrupción apelamos a las triquiñuelas legales, a las argucias jurídicas para hacer el regate sin gracia que de paso no son nada éticos. Así pergeñamos la ética pública con amaños, infamias, con retórica vacua, y curiosamente estos personajes caen de pie como los gatos. Siguen caminando poniendo la cara de conchudo porqué no quieren ser cojudos, así es el pendejo que anda por nuestra ancha vida republicana. Un varapalo para las peruanas y peruanos que cumplen las reglas. La ciudadanía ante estos graves hechos deberíamos unirnos y pedir a estos dos señores que se retiren del espacio público, de la política. Hacen daño a sus respectivos partidos y al país ¿Quién cree que el partido de García o de Toledo sea honesto (aunque la lista podría ampliarse con Fujimori y otras pandas de corruptos)? Nos toman como un país de broma, sí, de broma del mal gusto. De la prepotencia. Los escándalos nacen con ellos, lo llevan en el cuerpo, en el ADN. Cuando uno piensa en estos expresidentes no puede dejar de pensar en las ardides que ellos tejen en su desempeño como gobernantes. Son opacos. Poco transparentes. Con los escándalos de corrupción que tienen a sus espaldas deberían recular y quedarse en casa a enfrentar sus acusaciones pero, por favor, no vuelvan a la vida pública. Roguemos al señor.

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