El retrato del evasivo narcotraficante Jaoquin “Chapo” Guzmán se vende como pan caliente en México. Esa figura se ha convertido en un verdadero suceso y el que menos quiere tenerle entre sus cosas como si se tratara de un héroe. No importa que se dedique al negocio ilícito, que su nada ejemplar actividad cause tantas víctimas entre los consumidores. Lo que importa es la cuestión de que el capo tiene su dinero y puede pagar lo que fuera a cualquier persona. Es un ejemplo a seguir para muchas personas que solo se fijan en el lado material de las cosas. Pero ninguna sociedad puede llegar muy lejos si tiene como paradigmas a simples contrabandistas, pequeños o grandes delincuentes que llaman la atención gracias a determinadas gestas de fuga.
En el Perú no es extraño ese tipo de perversas admiraciones por seres del otro lado de la sombra. Es posible decir que el “Chapo” pasa como un intrépido empresario que puede fugarse de una cárcel de máxima seguridad, manteniendo después en vilo a la policía. En casa hemos tenidos verdaderos crápulas que en su momento fueron considerados como eminencias de la sociedad. Uno de ellos acaba de salir de la cárcel luego de haber cumplido una pena benigna. Los años han pasado desde que apareció derrochando lujo y boato, diversión y orgia que convocaba personas vinculadas con el siempre sospechoso mundo de la farándula. Ahora no es más que un ex presidiario que tratará de reintegrarse a la sociedad. Pero la prensa limeña le ha perseguido como si se tratara de una luminaria.
En Iquitos no puede pasar desapercibido el “Chapo Guzmán. Tiene su público fervoroso que le aplaude por tener tanto dinero acumulado. Sus retratos se venderían ventajosamente. Los narcos siempre han sido populares en esta ciudad. De nada vale que frecuenten el delito y que perjudiquen a los demás con sus tráficos ilícitos.