En el tumultuoso cierre de su campaña electoral, el señor Jorge Monasí se cansó del consabido sopón motocarrero y varió su oferta comidera como si el cerebro estuviera en el estómago. En sendos carteles distribuidos en toda la provincia maynense ofreció un suculento caldo de patas. No patas de cualquier parte, de ganado, de gallo, de gallina u otro animal de uña y pezuña, sino la patas de sus piantes pollitos. El preparado era novedoso y bastante tierno y tampoco fue concedido a un sector de la ciudadanía, como los microbuseros o los cargadores porteños, sino a toda persona que anduviera por la fronda, hasta a los turistas mochileros o no.
Desde la madrugada hasta altas horas de la madrugada, en sendos miniplatos de plástico, eran servidos los caldos pateros en diferentes lugares de las ciudades amazónicas, incluyendo Pucallpa, Masisea, Aguaytía y las montañas de las regiones andinas. Era de verse cómo el público votante o no respondía a la oferta. La rapidez del preparado, el poco gasto ocasionado por los escasos complementos como su pedazo de papa, el mismo sabor que encandilaba al paladar incrementado por la hoja de culantro, fueron importantes en el crecimiento del prestigio del caldo de las patitas. Ello nada tuvo que ver con el desastroso resultado en las ánforas. Pero el señor Monasí pronto se repuso de esa derrota con la participación vencedora de su potaje innovador en el festival gastronómico conocido como Mixtura. La fama cocinera hizo el resto. Pero la ambición perdió al que quiso ser burgomaestre de Maynas.
Porque, viendo que la demanda superaba su oferta, decidió quitar los pollitos que había regalado para agenciarse de un surtido de patitas crocantes. El pueblo pollero unido jamás fue vencido ya que armó una violenta protesta contra semejante ciudadano que no se detenía ante nada con tal de obtener más ganancia.