Los partidarios del señor César Acuña, para silenciar las tantas críticas sobre plagios y otros horrores, postularon su candidatura al Premio Nobel. En forma rápida recolectaron firmas en distintas partes del país para que el hombre de la plata como cancha pudiera alcanzar la universal presea. Los miembros de la academia sueca aceptaron la propuesta y después de analizar las firmas para ver si eran auténticas cayeron en cuenta de que no existía el rubro seleccionado para la premiación. Es decir, los partidarios del hombre de la raza diferente no habían precisado nada. Solo querían el Premio Nobel. Nada más.
Los señores de la academia sueca entonces mandaron pedir el rubro elegido y los argumentos para la premiación. Los partidarios del líder de Alianza para el Progreso demoraron en enviar lo que les habían pedido, pero al final dijeron que Acuña debería ser premiado en el rubro de la Paz. Los argumentos eran varios folios redactados con una letra menuda. Todo marchaba sobre ruedas en la búsqueda de tan importante premio y los partidarios estaban seguros que Acuña iba a conseguir el galardón debido a tantas cosas que había hecho a lo largo y ancho de su vida. Las elecciones ya habían pasado y casi nadie se acordaba de los escándalos plagios que obligaron a Acuña a retirarse de la contienda política. En esos días uno de los miembros de la academia saltó al ruedo diciendo que en los argumentos había un plagio descarado.
Sucedió que los encargados de redactar los argumentos copiaron punto por punto las razones que tuvo Martín Luther King para ganar el Nobel. Era evidente el plagio, pero César Acuña y sus partidarios negaron en todos los idiomas el plagio y dijeron que había una mano negra que buscaba arrebatar el magno galardón al pequeño hombre.