La prenda viril conocida como pantalón desapreció de la ciudad de Iquitos. La decadencia de esa vestimenta comenzó como una simple broma cuando algunos ciudadanos decían a los cuatro vientos que ciertas autoridades no sabían llevar los pantalones. Se mudaban esas prendas pero a la hora de la verdad no cumplían con sus reales funciones. Era una verdad demasiado evidente y esas mismas autoridades, no vacadas ni arrojadas de sus puestos, pusieron en crisis los pantalones bien puestos en el 2015.
Sucedió aquel año que algunas autoridades, para hacer escarnio de las críticas sociales, de las bromas en las cantinas, aparecieron en público vestidos de una manera indecente. Como si nada grave estuviera pasando, vestían sacos, corbatas, camisas y trusas que no encajaban en el conjunto de sus ropas. Así, casi en cueros, decidieron cumplir con sus labores diarias, ocasionando bromas de todo tipo. Pero ya nadie podía censurarles por no llevar los pantalones ajustados. O sea bien puestos. La medida parecía saludable para ellos, pero no para la sociedad iquiteña que pedía a gritos un cambio de esas autoridades y no una variación en la forma de vestir. Luego aparecieron ciertos ciudadanos vestidos solamente con trusas caminando por las calles y hasta laborando en sus puestos de trabajo. La disculpa era que había demasiado calor. El pantalón fue desapareciendo de las costumbres de los hombres iquitenses. Las protestas no se hicieron de rogar pero ya nadie, ningún costurero, pudo sacar del abismo a esa prenda. La ciudad ganó en prestigio no solo debido a su conocido ecologismo sino gracias a sus hombres que ya no usaban el pantalón ni para dormir. Con el paso del tiempo se impuso otra prenda que se convirtió en símbolo de hombría, de macho de pelo en pecho, de varón sin mancha: la falda.