Por: Gerald Rodríguez
De todos los seres que el azar ha creado, el poeta es el elemento de la naturaleza que armoniza el sentido de la humanidad o de la inhumanidad. Pues ¿quién más podría dar sentido, gozo, placer al espíritu revoltoso, inquieto, incontestable, incurable, confuso del hombre, sino es el poeta a través de su poema? El poeta es el ser que lo entiende todo, desde el todo, para hacernos tocar lo que nunca se nos ha permitido tocar con las manos, más que solo la poesía nos permite tocar la paz, el goce espiritual. Usando artimañas de palabras, logramos entender el viaje del cosmos, el sentido del corazón, y encontramos nuestras huellas perdidas, la alegría del corazón, la verdad a través de un conjunto de magia, que algunos llaman poema. El mundo, la vida, el sentido, su verdad, la crueldad, el dolor, la muerte se resume en el poema, y eso le hace vivo al arte, pues el poema siente como siente el hombre que lo lee, como el que lo escribe. Los poetas de verdad son impertinentes.
Pero el poeta tiene un enemigo, que es el poder, y el poeta no es bien visto ni por los políticos, ni por los mediocres, ni por los oficinistas públicos, ni por los gerentes de las instituciones del pueblo, ni por los gobernantes. Porque el verdadero poeta no vive en la queja, ni en la impertinencia, ni en la incultura, ni en la incuria pertinaz, ni en la tendencia constante al error, por lo que tampoco será bien visto por algunos sindicatos. El poeta verdadero vive al margen de la derecha o de la izquierda, de los republicanos y los monárquicos, de los ingenuos y de los imbéciles, porque solo se sitúa en el lugar de la seriedad. Y desde ahí nadie lo escuchará cuando el mejor diálogo entre los hombres sea un duelo a garrotazos, su voz será un reclamo como un grito en el desierto, en todos los momentos que la humanidad celebre su desastre, en cada momento en que “la izquierda y la derecha unidos jamás sean vencidos”. Y aunque el verdadero poeta no desprecie siempre lo despreciable, su obra, su poema nos da la vida cuando descubrimos su corazón en medio de esa magia, que para los mediocres es un montón de palabras sin sentido, en el momento en que guardamos un silencio al final de un poema, y toda nuestra humanidad se vuelca sobre el mundo. ¿Acaso el poema no ha sido esa cosa que, sin nombrarnos, nos nombra y nos delinea la carne que lleva la marca deshumanizada? Pero la conspiración de los imbéciles del poder contra el poeta para llamarlo “loco”, “desubicado”, será la mejor estrategia que tengan para desprestigiar cada vez que el poeta versifique algo sabio, hermoso; una verdad cruda y bella; nos muestre en su poema un pedazo de nuestra humanidad ahogada. El poeta será siempre ese ser incomodador para los que nos niegan la verdad, para los imbéciles que nos cambian el concepto de arte, para los incultos de festivales y ferias literarias.
Porque si existe tanta paciencia entre los árboles, no lo puede haber para el poeta que no se cansará de inquietarse por lo falso y lo horrendo, por aquella cosa atorada que impide el pensamiento, por aquella prisa horrenda que se llama arte y solo es un transcurrir del estrés. Para el poeta, cualquier idiota es un demonio, pero sus demonios no es la rabia por la deshumanizada humanidad, sus demonios son los versos de los hombres que afirman que son uno solo, que son hermanos, que son una sola causa, una sola sangre, cuando el poeta sabe que la desigualdad es una ley de la naturaleza humana por convicción, y que por eso estará irrumpiendo siempre en el mundo, aunque nadie lo aprenda, nadie lo aplaude, nadie lo necesite más que solo él mismo.