Estimado lector de la columna “Palo de Vidente”, hoy martes al igual que las semanas pasadas, permítanme volverles a compartir un “ensayo literario”. Esta vez me atrevo abusar de un tema tan trillado como odioso como puede ser “Terror u Horror”, como también se le dice. El miedo resulta algo normal, algo que hace para el ser vivo como una herramienta de autoprotección. El terror real en sí no es nada placentero; ya que esta vez les traigo una experiencia personal. Espero sea de su agrado, ahí les va:
Fiiiiiin fiiiiiiin se escucha a lo lejos, es una noche de esas en las que no hay luna y al mínimo soplido del aire se te eriza la piel….y nuevamente el escalofriante sonido…Fiiiiin fiiiiiiinnnn. Un aterrador silencio y luego se escucha a las abuelas sentenciar «Es el tunchi!»… y presos del miedo nos tapamos completos en la cama. Pero de qué hablan nuestras abuelas… según las creencias populares de la selva Amazónica hay dos tipos de «TUNCHI», uno MALIGNO que acaba con su oponente y que vaga totalmente endemoniado tratando de cumplir alguna venganza acercándose lentamente a sus víctimas sin emitir sonido alguno y cuando ya está cerca de aquellos, principalmente los que andan solos por el camino, emite un silbido particular anunciando la muerte del que lo escucha; y el otro tunchi BENIGNO que es también un espíritu, regresa del más allá y cumple su penitencia, un alma mortificada de alguien que murió en forma violenta. Estas almas en pena, o entes etéreos se anuncian a los vivos con otro parecido silbido lúgubre muy característico, «fiiiiiiiinn, fiiiiin» y hacen resonar sus pisadas con ruidos estremecedores, mueven cosas o muebles causando temor y espanto a los que escuchan y no se explican qué sucede. Algunas veces los tunchis se materializan en espectros o fantasmas de blancas vestiduras, que se desplazan a baja altura sin tocar el suelo.
Tuve una experiencia paranormal hace algún tiempo, cuando vivía en una casa alquilada en la calle Napo, que incluía una inquietante leyenda negra; y por cuestión de respeto a los actuales propietarios, mantendré en reserva la dirección exacta. Todo comenzó como un juego hace aproximadamente 22 años, la primera evidencia de que algo extraño ocurría, fue la desaparición del caballito blanco de plástico «Fisher Price» de mi hija Daniela (no de madera como el mío). Este caballito estaba en el patio siempre y un buen día simplemente no amaneció allí, uno de los primeros juguetes preferidos de mi hija no durmió en casa. Luego fueron otras chucherías: alicate, destornillador, martillo, regadora de jardín, tijera podadora, escobas, cosas abandonadas a su suerte en el armario del patio de servicio. Una mañana cualquiera el armario despertó despanzurrado, mostrando al aire su tripa vacía. Me toco a mi clausurar el armario y no asustar a mis hijas, mande a poner una cerca eléctrica y sensores de movimiento en lo alto del muro, creyendo que así cesarían esas manifestaciones que no tenían explicación lógica; pero siguió, esta vez en frente de la casa. Las luces exteriores desaparecieron y comienzo a creer que mi estrategia no dió resultado. Como soy muy obstinado y competitivo, esta situación no es de mi agrado porque estoy empezando a perder. Y esta vez con más furia; las lámparas fueron arrancadas, los cables me miran con gravedad, pero también yo soy terco.
Otra noche cualquiera, después de ducharme estaba por bajar a cenar, y paso frente al dormitorio de mi hija Andrea; miro la puerta entreabierta, y algo me atrae hacia adentro. Ingreso y me paro frente a un espejo del viejo armario, que ya lo encontramos aquí cuando nos mudamos, inclusive la casa nos la habían alquilado con algunos muebles que conservamos. Me contemplé en el espejo; mi imagen cabía de cuerpo entero en él y detrás mío, se reflejaba una extraña sombra; mantuve la calma hasta que recordé que los espejos pueden ser peligrosos portales a otras dimensiones desconocidas para personas sensibles o predispuestas a ver espíritus y resulta riesgoso si no sabes lo que estas haciendo, podrías estar invitando a quedarse en tu casa a algún espíritu que sólo pasaba por ahí. Me quedo con la duda ¿pasa algo con el espejo de mi hija?
Bajo al comedor y le pregunto a mi hija. Andrea dime ¿dime que es lo que más te gusta y menos te gusta de tu habitación?…Andrea responde : Lo que más me gusta son mis juguetes. Lo que menos me gusta….es el armario!…replicó ¿y porque no te gusta el armario?…¿qué hay de malo con el?…Siempre se escuchan ruidos…¿cuando fue la última vez?…Anoche papá, estaba acostada; y escuché ruidos feos que venían de dentro…¿Que hiciste?…Nada, pero me daba miedo acercarme…¿Le avisaste a tu hermana? ¿La despertaste?…No papá, cerré los ojos, me tapé con una sábana y recé mucho para ya no escuchar nada. Pero el ruido era cada vez más fuerte. Y no paró hasta que se hizo de día; aunque creo que sólo yo lo escuchaba, porque Daniela dormía como piedra. Procedí a subir con mi hija Andrea a su cuarto, y abrí las puertas del armario para mostrarle que no pasaba nada. Me enfurece, se esta metiendo con mi familia!.
Esto me hace reaccionar y a pesar de los pronósticos, me resisto a desorientarme ante lo desconocido, no estoy dispuesto a colocar más barrotes y a encerrarme en una triple jaula. Y ahí viene una pequeña jactancia del poder de mi oponente. Escucho entonces como cae un foco ahorrador, este origina un sonido que ensordece y huye bajo la lluvia envuelto en un plástico oscuro, como un huevo negro de vidrio. ¿Cuánto vale un foco ahorrador? quien quiere este tipo de foco, cuántos gramos pesa, cuánto dura. El electricista no entiende, siente que me estafa. Sabe que nuevamente voy a perder. Coloca con cierto desconcierto el cuarto foco ahorrador en una semana, ese, el que podría haberme devuelto la dignidad, y el mismo que a la mañana siguiente, cuando salgo en mi moto rumbo a mi oficina no está, otra vez un agujero gris con cables expuestos; «La Entrada ya No es Mía». Está Perdida! Decido colocar Un foco incandescente pues!, nada mas! Así, mísero como un meollo feo en medio de mi fachada. Lo menciono bien alto, claro, con énfasis y resaltador, con cólera incluida para que nadie lo use, lo compré, lo cambié, y simplemente volvió a desaparecer.
Vuelve a cambiar su estrategia de ataque y esta vez forcejea la puerta de la calle con rasguños tipo garra de otorongo. Respondo con platina ancha en el borde de la puerta e instalando un portón de metal misma armadura gruesa cubriendo la entrada del fuerte (mismo apache). Entonces sucede lo mismo en la puerta de la azotea. Por poco del todo violentada. Refuerzo la puerta, portón adicional y barrotes a las ventanas. No lejos de las bisagras un pestillo; mejor dos pestillos. Me doy cuenta que queda vulnerable el cuarto de mi hija. Hay que estar demente para poner el pie a semejante altura sobre el marco de la ventana y tratar de abrirla. «Asesinó el único paisaje que teníamos», una hermosa vista a la huerta de la familia vecina. Tocó turno a la puerta del patio trasero. Desmenuzo el cemento como si fuera la miga de un bizcocho; me toca a mí, y nuevamente platina ancha, más cemento, más rejas. Por el momento, creo que empaté. Pero falta la ventana del cuarto de visitas. El marco está podrido. Al final del mes estoy cansado, quiero quedarme en cama o ir a San Toto para olvidarme de todo, a la porra! me hago el loco.
Regresa el día lunes, y me toca hacer un movimiento, siento que él me está esperando. Es paciente, acucioso. Oigo pasos por la azotea. Me siento como enclaustrado. Y sigo escuchando ruidos que provienen de la parte superior de la casa. Subo y me dirijo al cuarto de servicio, al ingresar una sensación de vacío helado me crispa la piel. La ventana como todo lo demás de la casa ya estaba tapiado con tablones; hay un ruido que proviene de la ventana, aunque yo creo que se debe a la corriente de vientos propia de la noche, me acerco sigilosamente a la ventana, como si temiera despertar a alguien con el ruido de mis pasos; hasta detenerme frente al dintel; sentí un olor como a carne quemada. En ese momento los clavos de los tablones que revestían la ventana se salieron de su lugar, como si alguien los estuviera desatornillando. Me quedé atónito, sin comprender de dónde venía esa fuerza invisible. No comenté nada para no asustar a mi familia.
El martes llegué a casa cansado del trabajo, serían como las 8:30 PM. Y me disponía a subir a la segunda planta para ver a mis hijas que estaban en su habitación. Subía el primer escalón cuando vi una forma extraña, como bulto negro, grande y alargado en el descanso de la escalera. No sabía si lo que veía era cierto o no. Pero cuando intente subir los peldaños una extraña fuerza me repelió y me hizo caer. Desde el piso, vi como a ese bulto extraño sin forma le brotaban brazos humanos. Por un momento el miedo me invadió el cuerpo, y tuve que realizar un esfuerzo intenso para no dejar de razonar, giré la cabeza y vi dos ojos mirándome, avancé cuanto pude, habré subido un par de peldaños más. Y pude distinguir que se trataba de la figura de un hombre de raza oriental, tenía el pelo desordenado y movía los labios como si las palabras pugnaban por salir de ellos. Tenía el rostro quemado, dientes partidos y lengua verdosa; no cerraba la boca, porque susurraba palabras como en otro idioma. De repente tengo la sensación de que algo ha pasado rozándome la espalda y volteo, no hay nada; vuelvo a girar la cabeza y el espectro ya no estaba.
Al día siguiente muy temprano con la cabeza más fría, trato de recordar, todo lo acontecido durante los últimos días. Sin más! Debo decir que, perdí la batalla porque terminé mudándome unas cuadras más abajo en la misma calle Napo. Nunca es fácil aceptar la derrota, aunque este fracaso en particular se convierta en un camino tortuoso pero del que se puede aprender mucho. Esta derrota en particular me trajo desesperanza y desilusión por un buen tiempo; al fin y al cabo había vivido en esa casa más de 10 años y se hacía muy difícil borrar todos aquellos detalles que durante años pude construir con los vecinos del barrio, y esto tenía el poder de afectar mi mirada y convertirse en una especie de lupa que con destreza maximiza la circunstancia al punto de segar mi objetividad y atentar contra mis sueños. Debo confesar que me costó algunas semanas volver a la normalidad.
Tiempo después volví a pasar en mi moto por la antigua casa que alquilaba, y al ver a los nuevos inquilinos me detuve a preguntar cómo estaban, si continuaban los aparentes «fenómenos paranormales»; para mi sorpresa dijeron que nunca habían sentido nada, pero otra casa del condominio (eran 7 en total), tenía problemas similares a los que yo les describí. Recuerdo que esa noche no pude conciliar el sueño, no estaba conforme conmigo mismo y volvía a repasar una y otra vez los hechos ocurridos…¿por qué a mí? – ¿trataba de comunicarse conmigo?…¿qué es lo que quería?…se me ocurrió revisar la historia del predio; grande fue mi sorpresa al descubrir que la casa original perteneció al Sr. Albeiro Rengel Lezama y que en la década del 70 ‘ la dividió en 8 partes dando a cada uno de sus hijos una de ellas, y se quedó con la casona principal, pero antes de ello durante el periodo de los años 1963 – 1968, alquiló la casa al poder judicial. Mientras duraba la construcción del «Palacio de Justicia» en su ubicación actual (frente a la plaza 28 de Julio), es decir durante 5 años funcionaron ahí todas las áreas de dicha institución, incluida la carceleta de los detenidos antes de ser trasladados al penal.
Seguí y seguí investigando ese periodo y zaaaasssss, descubrí un hecho traumático ocurrido en el año 1967. Un crimen sangriento, que esta relacionado con la pasión y venganza. Narra la historia de un hombre de origen japonés de nombre «Yoshikazu Tanaka», quien habría hallado a su mujer en la cama con su compadre de origen coreano, y de nombre «Jung Yong Hwa». El esposo al ver la escena fue con la calma calculadora que caracteriza a esa raza, tomó un cuchillo y de manera directa acabó con la vida de la citada pareja. Sin embargo, esos no fueron los únicos asesinatos pues el esposo de manera extraña se sentó a esperar la llegada de sus 3 hijos y decidió también acabar con ellos. Por último, el japonés estuvo preso en la carceleta del «Palacio de Justicia» de aquella época, ya sea por desesperación o simplemente locura, decidió practicarse el Sepuku o suicidio japonés, poniendo fin a su vida.
Esa es la historia que se contaba, sin embargo la intriga y las dudas sobre esta historia me invadieron más, habían varios cabos sueltos, ¿si el hombre japonés es una persona de honor porque matar a sus hijos?…decidí continuar con mi investigación, «Yoshikazu Tanaka» llegó a Iquitos hacia mediados de la década del 40 huyendo de la 2da Guerra Mundial, y pertenecía al «El clan Tokugawa», que predica el honor y La Paz, se casó con una mujer loretana de nombre Asunción Panduro, y formó un negocio próspero de importación en la zona de Belén, él tenía como socio a su compadre (Padrino de su hijo mayor), el ciudadano Coreano «Jung Yong Hwa», también develé un secreto: resulta que unos días antes del crimen Yoshikazu había visitado al urólogo por antiguos problemas en la próstata, tras unos estudios realizados el galeno le manifestó que la enfermedad que lo aquejaba y le causaba el dolor se debía a que en su infancia había padecido de «paperas» y le reveló algo que nunca sospechó, su condición de INFERTIL!
Es decir ninguno de sus 3 hijos eran suyos en realidad! si no de su compadre coreano (que seguramente por la similitud racial no le permitió percatarse oportunamente), después de lo ocurrido, procedieron a darle sepultura luego de practicarle la autopsia de ley pero obviaron poner al cadáver el collar que siempre llevaba colgado del cuello, un pedazo de fierro sin valor real pero que tenía un gran valor y significado para él; sin su «Mon» (emblema) del clan Tokugawa, su alma estaba destinada a vagar y cumplir una especie de penitencia. Por lo que decidí emprender la búsqueda del famoso «Mon», y con el debido permiso de la familia Rengel y acompañado por una cuadrilla de 8 personas escavamos en toda la huerta del condominio, nos tomó casi todo un día encontrarlo y de pronto debajo de un árbol de mango «semi-enterrado», ahí estaba el medallón redondo con 3 hojas de loto, me invadió una extraña sensación de paz, y supe exactamente lo que debía hacer!…La sepultura de Yoshikazu me estaba esperando para ambos descansar en paz.
Para finalizar quisiera referirme al título de este ensayo literario, que seguramente muchos de ustedes se deben estar preguntando. EL PESO DEL AIRE, es un término japonés para preparar o recomendarnos la mejor literatura de terror posible. En esta época, a todos nos apetece disfrutar de buenas historias de espanto, así que esta frase representa una selección para los amantes de la cultura del miedo. Por ejemplo los entendidos dicen que es complicado hacer anime de terror y muchas son las series que se quedan a medio gas. Quizá es porque el anime dificulta mucho un dibujo terrorífico o porque las tramas del manga de terror se adaptan con mucha dificultad a este medio audiovisual. Sin embargo esto no le pasa a Junji Ito con las adaptaciones de sus historias al anime: que casi siempre consiguen mostrar el horror que transmiten sus dibujos como verán en el que acompaña este relato.