En el desatado zafarrancho de premios y condecoraciones literarias del año que recién se ha ido, hemos buscado con afán el peor momento, el más denigrante hecho, Para sorpresa nuestra descubrimos que en la fronda se ha invertido un dineral en crear premios peores en abundancia, malos sin remedio como un festín deplorable del mal gusto y la mediocridad cívica, donde destaca la estafa de patas que se han aferrado al poder para conseguir prebendas. Es decir, desde el acceso al dinero oficial han manipulado para girar sus cheques entre ellos mismos como una repetición del reciente castillismo rapaz.
En esas condiciones de abundancia de tantos malos escribas y poetastros condecorados no pudimos perder nuestro tiempo y energías, considerando que los mediocres nos habían ganado la batalla. De manera que, derrotados sin salvación, cambiamos de enfoque o punto de vista, estuvimos atentos a lo que se premia en el ingrato Perú. En nuestra candidez pensamos estar atentos a los conocidos eventos culturosos establecidos para proceder a una atenta revisión de los ganadores, muchos de los cuales son sospechosos de compadrería o favoritismo, lejos de la elemental calidad de la obra. En esas estábamos cuando, de pronto, nos tropezamos con una noticia brutal.
En la edición del diario farandulero El popular del viernes 30 de diciembre del ya pasado 2022, leímos con creciente espanto y desbordada cólera que el mediocre, golpista y desprestigiado Congreso de estos días se atrevió a meter la trompa en el campo cultural para premiar o condecorar o agasajar a un cumbiambero y tonero y vacilonero autor cuyo nombre es Wilmer Márquez. La medalla o la presea congresal no fue en honor de sus canciones o sus inspiraciones musicales o a su papel trascendente en el jaranero grupo Markus. Nada de eso. El premio de los tristes curules y escaños fue por su obra literaria.
Nadie sabe de dónde surgió la moción de marras de premiar a un don nadie en el mundo de las letras nacionales, de perder el tiempo en reconocer a un autor de mentira que se dedica a otra cosa. Los parlamentarios que se prestaron para semejante payasada oficial no saben ni jota de literatura, con toda seguridad, y metieron las patas descaradamente, dejando de lado a algunos de los buenos autores peruanos que todavía nos quedan. Ese Congreso es más que una verguenza. En su momento jamás reconoció a las contadas eminencias de la escribanía nacional, y, con toda concha, condecora a un sujeto de pacotilla que se dedica a la música y que eventualmente garabatea historias de cajón dedicadas al contrabando millonario de la literatura infantil y adolescente.
Para escribir esta diatriba contra le mediocridad de todos los días en este país de porquería, hemos buscado por aquí y allá referencias a ese autor de mediocres canciones. No hemos podido encontrar nada en el parnaso, en el legado vivo de los verdaderos artistas, salvo el nombre de una de sus obras maestras: Las aventuras de super Mat y el capitán Inti. El título nos dice de qué se trata el bodrio y no podemos dejar de pedir o exigir, desde el silencio de esta página digital, la inmediata vacancia de los congresales ridículos que se atrevieron a condecorar a nadie.