ESCRIBE: Ricardo Rivera

El escandaloso proceso de investigación a una de las empresas de construcción más grandes de Latinoamérica puso en evidencia el sistema de corrupción que había tejido en distintos países para comprar políticos, autoridades y, evidentemente, operadores de justicia en todos los niveles del gobierno, sin importar su ideología política ni color partidario.

Somos testigos de cómo se van revelando  las vergonzosas prácticas corruptas de los decisores políticos, el incalculable perjuicio económico por obras y mega obras en su mayoría de veces inútiles a la necesidad de la población, otras muchas sobre valoradas, otro porcentaje en arbitrajes que apuntan a un seguro perdedor (el Estado), sin contar las inconclusas y las que nunca llegaron a ver un solo ladrillo en pie. Un festín de miles de millones de soles para empeñar el futuro y el dinero de todos los peruanos.

Con tal preludio, llama a la preocupación lo usual de escuchar a personas de todas las edades, y con distintas experiencias históricas de nuestra vida republicana, exigir y justificar la necesidad de un régimen distinto a la democracia; la mano dura el inmediatismo para la toma de decisiones parece ser lo más racional en estos tiempos de crisis. Mención especial hago de los jóvenes quienes contra todo pronóstico afirman que los modelos democráticos no son idóneos para una sociedad como la nuestra en que todos “opinan cualquier cosa”.

En una estructura democrática, los procesos para la toma de decisiones requieren de mayor tiempo debido a los mecanismos establecidos para la búsqueda de consensos y armonización del ejercicio del poder para evitar la discrecionalidad, es decir, decisiones según la consideración de una persona o grupo exclusivo. Este aspecto, parece ser la gota que derramó el mar de insatisfacción del pueblo ante el sistema para auto gobernarnos a través de representantes elegidos mediante procesos electorales, prefiriendo un modelo inmediatista, que asegure el cumplimiento de la ley de manera vehemente, casi personal.

Es que la decepción por las instituciones de gobierno y el propio sistema democrático es, a mi consideración, el peor de los flagelos que los mercaderes de nuestra esperanza nos han arrancado del pecho mientras ejercían las funciones que les habíamos encargado realizar. No existe quizá, mejor escenario para la aparición de caudillos dispuestos a todo con tal de hacerse con la popularidad y aprobación que les asegure un ejercicio irrestricto de poder. El riesgo puede traducirse en medidas efectivas por un lado, mientras desincentiva la búsqueda de consensos y garantías del ejercicio de nuestros derechos por otro.

Ante esta situación, el deber de todo ciudadano responsable es continuar exigiendo la transparencia en las investigaciones emblemáticas y exigir que continúe a nivel regional, local y distrital para evitar que cualquier huella de corrupción quede impune; pero también es importante recordar que la democracia es el sistema de gobierno más óptimo para el ejercicio de los derechos fundamentales y la economía de un país; quien afirme lo contrario peca de ignorancia sobre el valor de poder organizarnos para auto gobernarnos como nación, lejos de una visión clasista en que únicamente gobiernen los “ilustrados” o grupos “tradicionales”.

Esta restricción de abrir el diálogo entre todos los peruanos para gobernar el país considera, entre otras cosas, que únicamente pueden y deben participar quienes hayan obtenido determinado nivel de preparación académica o profesional ¿no es acaso importante la experiencia de un campesino de nuestros andes para opinar sobre el valor de la tierra para la agricultura? o ¿Será que un profesional comprende mejor el valor del agua o del bosque que un ribereño de la Amazonía? Es precisamente en ellos, en nosotros, donde reside lo invaluable y diverso de nuestra realidad.

En medio de la bulla y escándalos políticos, debemos ser conscientes de que el disfrute de derechos hoy, son producto de luchas históricas sangrientas contra modelos absolutistas para restringir la participación de la ciudadanía en la vida política. La desesperanza es el escenario perfecto para el surgimiento del autoritarismo, nuestro deber es reconocer que hoy más que nunca nuestra democracia está fuerte y plena, prueba de ello es que durante las crisis políticas de los últimos meses, no se disparó un solo fusil ni desfiló ningún militar en espacios creados para los ciudadanos de todas las culturas y de todas las condiciones socio económicas.