En el encuentro de las calles sargento Lores y Ramón Castilla ocurrió una vez que apareció un forado. En el principio el agujero era pequeño y no parecía peligroso. No faltó alguien que pusiera cualquier cosa sobre el agujero para que el tránsito continuara normalmente. Parecía uno de esos forados comunes y corrientes que asaltaban a la ciudad de Iquitos. Con el transcurso de los días y de las lluvias el forado comenzó a crecer, agrandándose vertiginosamente. Las autoridades no tuvieron más remedio que retirar las casas de ambas calles para impedir incidentes y accidentes.
El agujero estaba allí, enorme, descomunal, y se convirtió en un espectáculo para los incontables turistas que por aquel tiempo arribaban a la ciudad. El que menos quería tomarse una fotografía cerca del agujero para perennizar el instante. Todo parecía sancionado cuando el agujero volvió a crecer en varias direcciones, como si una fuerza interior le impulsara. Las autoridades tuvieron que evacuar a los moradores de esas calles hacia los suburbios. De todas maneras el plano de Iquitos tuvo que ser alterado y el agujero ocupaba un lugar central. El agujero, después de un tiempo, siguió creciendo indeteniblemente sin que nada ni nadie pudiera detenerle.
La ciudad de Iquitos tuvo que ser sacada de su lugar habitual y puesta en algún lugar de la frontera. El agujero sigue creciendo de vez en cuando y nadie sabe el instante en que se detendrá. Es un enorme forado que se abre como una garganta del infierno y en sus bordes no crece nada, ninguna hierba. Tampoco existe una sola gota de agua en su interior y se presume que seguirá creciendo en los próximos años. En las carpetas de las autoridades existen muchos proyectos para impedir que el forado siga creciendo. El temor de que al agujero acabe con toda la Amazonía es la más terrible amenaza.