En la esquina de las calles Grau con Bermúdez hay ahora una especie de ring rústico que interrumpe el paso de los transeúntes. Allí, todas las noches, ocurre la presentación de un peleador callejero que abandonó el fútbol luego de sostener una bronca pública. El pelotero de entonces descubrió dentro de sí una energía peleadora que le impulsaba a armar camorras y líos en cualquier parte. La pelota de siempre perdió su encanto y él decidió seguir una carrera accidentada desafiando a pelear a todo el mundo. Fue así como apareció ese ring rustico donde Adrián Zela se fajaba a golpes rotundos contra aquellos que se atrevían a desafiarle. El atractivo era que cada pelea desataba apuestas monetarias que la mayoría de las veces las ganaba el peleador callejero.
El ring rustico recorrió el Perú de una ciudad a otra y arribó a Iquitos. La novedad de las peleas a la intemperie, de las exhibiciones al aire libre, atrajeron la atención de la gente. Y cada noche era todo un espectáculo ver la furia de las peleas cuerpo a cuerpo, los recursos peleadores del antiguo pelotero. Muy pronto los combates callejeros ganaron su público y Zela comenzó a ganar plata debido al incremento de las apuestas. En poco tiempo se convirtió en uno de los más adinerados de la urbe oriental y decidió realizar campañas de peleas internacionales.
Todo marchaba sobre ruedas hasta que el peleador callejero fue encontrado un amanecer tirado en plena pista. Estaba a medio camino de la carretera Iquitos – Nauta, se mostraba desnudo, no tenía zapatos y mostraba las huellas de una ebriedad extremada. Lo peor de todo es que nada le pudo despertar. Las peperas le habían dopado en exceso y hasta hoy sigue durmiendo en medio del ring rústico que continúa instalado en la esquina de las calles citadas.