EL PARAÍSO OSCURO: FULGOR DE LUCIÉRNAGAS
La novela moderna, como casi todas las buenas novelas que parió el tiempo, supieron reflejar la última hora de toda una época social o individual, ese tiempo contaminante que cobija las sociedades que están en declive, esos grupos de mortales que derritieron el poco hielo de moral y armonía para encender el fuego incendiario de la corrupción y la maldad, la lucha por buscar el beneficio que les rescate de la miseria a costa de la imposición de ideas, de dictaduras emocionales y corruptas, a la que otro grupo de mortales sanos deben enfrentarse.
El enfrentamiento de pequeños grupos ante los sistemas de poderes, ante grupos irracionales incompatibles con lo sano, ha sido siempre el reflejo de algunas buenas novelas que desnudan las escondidas intenciones de la novela y hacen que esta se convierta en una herramienta para enfrentarnos al futuro incierto. Estas intenciones novelescas no dejan de ser ajena en la novela Fulgor de Luciérnaga (Editorial Tierra Nueva), del escritor loretano Miguel Donayre.
La trama tiene síntoma policiaco y es la que desenvuelve todas las demás historias que luego van articulándose para saber finalmente que la ciudad y la urbe muchas veces son la misma cara de una sola moneda. Un exiliado madrileño se entera que un compañero suyo de periplos, y que defiende la causa ecológica en una de las reservas de la Amazonía (en la novela se nombra a la reserva del Samaria), ha sido asesinado. Tomando iniciativa por la causa de lo sucedido, decide ir hasta el lugar de los hechos para enterarse mejor de la tragedia. Jaime Zumaeta es un periodista radial que se enfrenta al poder de la ciudad (en la novela se llama Isla Grande) desde su programa muy sintonizado llamado el “Imparcial”. Un grupo de infractores planean tomar venganza contra el ecologista que protege el puesto de vigilancia Nº 1 por haberles quitado sus herramientas de infracción. La época escolar que vivió el protagonista en épocas del colegio, solo puede recordarse como épocas de dura violencia en una ciudad que no dejaba de ser parte de la violencia del tiempo. Bajo esta telaraña de sucesos, en distintas rupturas del tiempo, se desarrolla la novela Fulgor de Luciérnagas, que con mucha habilidad de narrador experimentado, se desenvuelve en la novela con mucha facilidad. Las articulaciones de las historias se rompen en algunas partes del libro pero no logran despegarse por completo. Eso hace que de la novela se construya una misma visión de lo rural y de lo citadino. Que tanto la violencia de los personajes que aparecen en los escenarios rurales se parezcan a los actos de corrupción e insensiblería de la urbe. La maldad es una sola. Las visiones distintas de todos los personajes de una época reflejan las visiones oscuras y deshumanas de la condición humana impulsada muchas veces por la ambición. En la novela la galería de personajes deslumbra por reflejar los niveles más bajos a la que puede llegar el ser humano.
La violencia es otro de los temas que podemos encontrar en la novela. La muerte del ecologista, los maltratos en las épocas del colegio, hecho que recuerda el exiliado madrileño. En este sentido, los casos de violencia en la urbe se reflejan como miembro de todo un sistema social como en la misma ruralidad. ¿Acaso el paraíso por ser paraíso deja de contaminarse de la maldad que cautiva la ambición y el iraciocinio a la que conduce el poder del dinero? En la novela no solo son los infractores los enemigos declarados del ecologista, es la misma condición humana del pueblo, que también cuida de la reserva, la que desconfían de la labor del ecologista, la cual le piden que no se preocupe de la preservación de la reserva porque ellos mismos gestionarán el dinero de los proyectos para el manejo y reproducción de tortugas no importase que ellos metiesen la pata, así se aprenderá, menciona uno de los personajes al protagonista. Además, el protagonista descubre que el mismo pueblo reserva en su mente la mala fama de que él, el ingeniero, es una persona no grata por haber causado daño al país, expresado este malestar en un monigote de paja que llevaba su nombre completo.
La novela deja anclar las miles máscaras de la que está cubierta la conciencia humana. Personajes que, en busca de buen recaudo, manipulan mentes sanas para dividirlas, buitres que siempre están buscando carne en los huesos. Personajes que representan el mismo latir humano de la carencia de una sociedad. La lucha humana por preservar el bien se complica cuando la carencia de los que, en un momento creyeron que el bien es el único fin, terminen por renegar de su lucha y se lancen a la otra orilla, a esa orilla contraria que impulsa el caos y la destrucción, inclusive, vencer a los que no quieren formar parte de la irracionalidad trágica de la ambición y la corrupción. La novela llega a su mejor resplandor cuando se destapa la conciencia en el atestado de los asesinos. El autor deja que el río de la trama siga su cauce y sea el lector el único que determine sus conclusiones al leer la brusca frialdad de la narración macabra.
La muerte de un hombre que luchaba por preservar lo poco que queda en el mundo de paraíso, la violencia como una forma de gobierno personal para lograr dar con los fines, la corrupción de una ciudad gótica y al mismo tiempo brillante. El enfrentamiento del bien y el mal es el color con cual se pinta esta novela que forma ya parte de un ciclo de novelas que, como es ya propio del autor, deja que sus narraciones se nublen de los pesares de la post moderna ciudad iquiteña (se deduce que en la novela se llame Isla Grande), no restándole la contaminación del alma oscura de quienes lo habitan y manchando a la ciudad con un olor horrible de ciudad decadente.
Miguel Donayre, con pinceles de un buen retratista literario, supo declarar con su imaginación descadenada la condición del ser que se cautiva por el buen vivir a costa del mal vivir de los otros, de los rebeldes que se mienten sus fundamentos de luchas, de los farsantes defensores de los pobres. Fulgor de Luciérnagas es una pieza incómoda para algunos aludidos, delatados por sus propias conciencias, pero al mismo tiempo es una garganta que se ocultaba en los anaqueles de la imaginación y tras los ojos que tuvieron que ver la más triste y desalentada realidad, a la cual el escritor dio rienda suelta en este libro. Las buenas novelas desgranan la condición más baja a la que puede ser gobernada el ser humano y Miguel Donayre está trabajando de la mejor manera para hacerlo: escribiendo más novelas.
Por Gerald Rodríguez Noriega