EL PAÍS DEL METAL Y LA MELANCOLÍA

Las letras de los valses criollos o callejoneros, de los boleros de cantina o de burdel, de los huaynos, de las cumbias, de las baladas peruanas, no son alegres ni optimistas, que digamos. Son bastante tristes y se refieren a traiciones turbias, a puñales tuertos, a cuernos, a desgracias personales. En tantas canciones hay lamentos,  dolores, ganas de perderse en delirios de licor.

El huachafo cervecero, canción reiterada en las radios y colectivos,  parece  ser un emblema de esa tendencia nacional  por el fracaso. El licor como consuelo de frustraciones y desilusiones,   es todo un género. El Perú, hoy por hoy,  es considerado un país triste, depresivo. A nivel continental tiene un alto índice de suicidios. De los que no pueden matarse, también. Todo ello está en contradicción con lo que se dice oficialmente. Pero es una realidad que se puede palpar sin ser muy agudo ni leer sesudos tratados.

El Perú del metal y la melancolía es una frase de un excelente poeta forastero. Hoy, como ayer, tenemos metales hasta para regalar. Vendemos metales, ganamos divisas con esos metales. Pero también tenemos melancolía. Es bastante rara esa combinación de una veta formidable con la pobreza de un estado de ánimo.  Pero todavía somos así. Los metales vienen de los dones de la naturaleza. La melancolía es un invento humano. Pero nuestro destino no tiene por qué estar unido a la tristeza, al cervecero, al  fracaso colectivo. Somos una cultura poderosa. Y como país merecemos un porvenir mejor, cerca de los metales y lejos de la melancolía.