Desde antes de salir de Madrid he estado pensando y dándole vueltas sobre este país, Ruanda. Estamos en Kigali, la capital. Más de un amazónico perdido con muchas preguntas en estas colinas africanas. Sobre todo pensaba en la narrativa emocional que atravesó estas tierras la matanza entre Tutsis y Hutus en los noventas, para ser exactos 1994. Fue una matanza atroz según las crónicas y testimonios recogidos. Todos estuvieron involucrados en ese sangriento hecho (como no, tiene antecedentes coloniales belgas que torcieron y emponzoñaron el ambiente. Si leemos lo que hicieron en el Congo nos quedamos sin habla, apelo recurrir a “Corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad como antecedente de lo que ocurrió en el Putumayo). Leía en una guía sobre indicadores de derechos humanos que el registro de los datos de las personas sirvió para que el aniquilamiento fuera más feroz y, lo digo con pudor, eficaz. Se identificaban más rápido y sabían la procedencia de la etnia de la posible víctima. De acuerdo con un libro que leo, admito que mi lectura es con cierto fastidio con el género humano, sobre este episodio de sangre no solo preocupa a este país sino, debería preocupar, a la humanidad entera en su momento la comunidad internacional se quedó cruzada de brazos), murieron 800.000 personas, casi 10, 000 al día, 400 por hora, 7 por minuto, según los cálculos más conservadores. Era una máquina de matar que alentaban asesinar al otro, a los otros que eran llamados cucarachas. Esas cifras hielan la piel a cualquiera (que nos importa que Messi esté de baja dos meses o que Cristiano Ronaldo no meta goles) para pensar en fruslerías. Justamente a días de la matanza Fofó estuvo por este país donde geográficamente predominan las colinas, a ella le tocó por Cyangugu. Cada paso que daba habían muertos por mutilación, fosas de muertos anónimos como un apunte de Goya sobre la guerra. Sonja me cuenta de lo poco que me pueda contar que era un horror, era el infierno en la tierra. Ella habla muy poco de su experiencia por este país que hoy parece que camina con contención, Fofó de ojos garzos apenas balbucea su paso por el horror y ahora estamos de vuelta, debe ser difícil pero quería que yo conociera a este país. Imagino que es una vuelta con una sensación tremenda, de mucha tristeza. Y estamos alojados en el Hotel de Las mil molinas, Hótel Des Mille Collines, donde se refugiaron muchas de las personas que no querían morir, huían del genocidio. Era un refugio que más tenían a la mano para asilarse e hicieron una película en este hotel de los episodios sangrientos de 1994. Es un hotel que conserva ese hálito del pasado, pareciera un atrezzo de los setentas (como el exhotel de Turistas de Iquitos), mi amigo José Luis Menéndez estaría feliz. Recordar que en este país de emociones encontradas a raíz de esas muertes se constituyó el Tribunal Penal Internacional de Ruanda con sede en Arusha (Tanzania) para juzgar estas muertes. Aquí se escucha el soul más triste.