El oscuro porvenir del aire
En este ingrato rebaño del Señor, donde cualquier animal respira, las cosas van de mal en peor como en un cuento de Rulfo. No es absurdo ni tremendista pronosticar que antes, mucho antes del fin de la guerra del agua, estallará la atroz guerra del aire. Es que el presente de nuestras pobres narices y nuestros desdichados pulmones está por los suelos. En general, el aire, que todavía es gratis hasta que alguien se le ocurra monopolizar el servicio para cobrar mensualmente, es dañino para la salud como beber o deber en exceso. Nadie puede escapar tranquilamente de esa desdicha que recién viene llamando la atención de unos cuantos.
El 95% de los pobres europeos que viven en ciudades tienen las fosas nasales alteradas y los pulmones como de fumadores en quiebra. Ocurre que diariamente respiran partículas tóxicas que superan el límite tolerable y, lo que es peor, reducen la esperanza de vida y pasión. En los lugares más afectados se ha detectado que los infortunados europeos, que vienen por estos prados hablando del nivel de vida, de grandes cosas materiales y que buscan generosamente que progresemos, pierden dos años de existencia con solo respirar venenos del ambiente. Es decir, han deteriorado tanto la ecología que sus aires o sus vientos son irrespirables.
Nosotros, los efusivos y ruidosos iquitenses, no estamos mejor en ese rubro nasal. Hace tiempo un colectivo de distintas entidades hizo un estudio de contaminación ambiental y el aire ya andaba contaminado. La quinta cuadra de la calle Huallaga era la más peligrosa para respirar, seguida de algunos lugares de Punchana. En ese entonces se hizo la promesa de hacer algo para revertir la malsana situación aérea. No se hizo nada y el aire que respiramos nos envenena día y noche. No debemos esperar más para evitar la calamidad de los europeos de hoy que viven en ciudades con el aire sucio. Hay que hacer algo con nuestro contaminado aire urbano, antes que nos lleven las partículas dañinas.
El cielo esta pidiendo a gritos que nos detengamos hagamos un alto en nuestro afan de seguir creciendo, sin importarnos el espacio donde vivimos.
Las grandes construcciones están trayendo como consecuencias enfermedades del que ninguno de nosotros estamos excluidos.
Habría que exigir que las autoridades se asesoren mejor en el tema de responsabilidad social.
Los comentarios están cerrados.