El oportunista del hampa
El inaudito caso del capitán de policía, José Rengifo que después de ser expulsado de su institución pasó a integrar las huestes senderistas, a combatir bajo las órdenes del tarado Abimael Guzmán, ese asesino que no sabía ni disparar por la culata, es ejemplar en su falta de escrúpulo elemental, de compromiso mínimo, de simple honra. El hecho fue una degradación inesperada y no es ninguna novedad que en este paisillo sigan los casos de esa índole. Acaba de ocurrir en Iquitos con un servidor del Inpe que fue detectado cuando intentaba pasar pasta básica y marihuana para vender a los presos. Es decir, de cuidador de celdas pasó a paquetero desatado o a comerciante del hampa.
En el mundo en que vive el preso de las cárceles peruanas, además, de las inevitables cuatro esquinas, del tormento del encierro más el hacinamiento de todos los días, de los conflictos violentos, hay una tendencia generalizada a seguir en el delito. No solo de parte de los presos, algo que sería natural considerando aquello de que gallina que come huevo, sino de tantos que tienen que ver con ellos, que viven cuidándoles, trasladándoles, combatiendo sus motines. De vez en cuando estallan los escándalos en esos lugares y uno hubiera pensado que en estos predios del bosque, donde la delincuencia crece como la espuma, no pasaba nada en las prisiones. Pero ocurrían cosas. Lo que sucedía era que esas cosas no trascendían.
Lo de ayer sí desbordó las redacciones y los noticieros radiales y televisivos. No se quedó en el silencio cómplice, en el dato estrangulado. El ciudadano detenido con las drogas escondidas en sus borceguís, cuyo nombre figura en la crónica correspondiente, es casi el miembro de una nueva raza: los oportunistas del hampa, de alguna manera hay que llamarlos. Es civil pero se afilia a tantos uniformados que como nunca hoy por hoy aparecen metidos en bandas y asaltos.