Estimado lector de la columna “Palo de Vidente”, hoy martes al igual que las semanas pasadas, permítanme volverles a compartir un “ensayo literario”. Esta vez se trata de un drama romántico, y escribo sin tapujos sobre el miedo irracional de amar o de enamorarse de alguien, e incluso casarse. Recuerden que como siempre imagino que ustedes según sus propios prejuicios le darán una óptica diferente, muchas veces impuesta por la sociedad o la religión. Pero ya saben, un ensayo literario es imaginación puesta a volar y en algunos casos como este, desafiar lo socialmente correcto. Espero sea de su agrado, ahí les va:
La celebración de una boda es un acontecimiento muy importante para la pareja que decide formalizar su compromiso y formar una familia, lo que supuestamente implica acompañarse hasta el último suspiro. Generalmente, los novios trabajan durante meses preparando cada detalle del evento para tener un hermoso recuerdo y sorprender gratamente a sus familiares y amigos para ese día tan especial. En este caso en particular, la noticia no se hizo esperar, Demetrio “El novio”. Un hombre fornido, alto, muy bien parecido desapareció el mismo día en que daría el sí frente al altar. La novia, vestida rigurosamente de blanco para la ocasión, daba vueltas en el carro nupcial entre lágrimas temiendo que alguien hubiera secuestrado al amor de su vida. O peor, que haya sufrido algún accidente. Todos los medios de nuestra ciudad se ocuparon de la noticia; lamentablemente no siempre se obtienen los resultados esperados, en algunos casos la celebración se ve interrumpida por imprevistos desagradables, incluso insólitos como el que estás a punto de conocer.
Debo reconocer que hay una cierta manera surrealista en la forma que narro los hechos, pero siempre tratando de ajustarme a la verdad; porque esta historia sucedió y remeció los cimientos de la sociedad cucufata, machista y conservadora de Iquitos de la década del 50’ del siglo pasado. La fotografía que ilustra este ensayo literario nos muestra a Demetrio, huyendo despavorido para evitar caer en las garras de las dos damas que pugnan por desposarlo. Pero empecemos esta historia por donde se debe. Demetrio Sáenz comenzó su romance con la dama Josefina Acosta y a fuerza de una cotidianidad exasperada logró que su nueva familia política lo acepte como novio. En cada reunión especial, como el cumpleaños de uno de los hermanos mayores de su novia o para Navidad, Demetrio levantaba la copa, y mientras todos esperaban que pronuncie “aquellas palabras”, se producía un largo silencio…ahí se quedaba él, mudo; su boca solo servía para beber. La respiración se tornaba muy agitada y le invadía un miedo tan profundo, que casi podría llamársele pánico. El pobre Demetrio sólo podía salir de ese estado de zopenco, probando unas cuantas copas de licor.
La gente se había acostumbrado a creer que Demetrio y Josefina no podían menos que casarse. Nadie se explicó el suceso, ni siquiera la misma novia lo vió venir. Sólo el confesor de Josefina tuvo la clave del enigma. Lo cierto es que aquella relación contaba ya tan larga fecha, que casi habían ascendido a institución. Veintitrés años de noviazgo no es cualquier cosa. Josefina fue novia de Demetrio desde el momento en que la presentaron en sociedad, fue una fiesta donde festejaban la llegada de los quince años. Como brillaba aquel día, estaba hermosa! Vestida completamente de blanco y con un escote coqueto pero discreto, lo suficiente para embelesar no sólo a Demetrio; un cabello ondulado color azabache resaltaba su piel sedosa y blanca. Josefina era, según se decía en algún grupo de señoras ya maduras, un brillante difícil de encontrar. Demetrio se animó y la sacó a bailar; cuando estrechó su cintura y la acercó a su cuerpo pudo disfrutar del dulce aroma de esa niña hermosa, en ese momento Demetrio perdió la cabeza y en voz temblorosa, trastornado, sin elegir frase, hizo una declaración sincerísima la cual recogió un sí espontáneo medio involuntario, doblemente delicioso. Se empezaron a visitar desde el día siguiente, y vino esa época de ventaneo y seguimiento en la calle, que es como la alborada de semejantes amoríos. Ni los padres de Josefina, propietarios del hotel más emblemático de la ciudad en aquella época, ni los de Demetrio, comerciantes de regular caudal, pero de numerosa prole, se opusieron a la inclinación de los chicos, dando por supuesto desde el primer instante que aquello pararía en justas nupcias, así que Demetrio sólo debía acabar la carrera de industrias alimentarias para sostener la carga de una familia. Menudo lío en el que se estaba metiendo.
Luego vino una etapa de paseos domingueros junto a Josefina por la plaza 28 de Julio, el cine con las películas del momento, que a veces se intercalaban con algún ciclo de películas Indú (en una época hicieron estrago en Iquitos). Demetrio asistía todas las noches durante largos años a la tertulia familiar, siempre procurando la media luz y un rinconcito del jardín, los novios buscaban la penumbra para dar rienda suelta al paleteo que sostenían regularmente y eran interminables, los ojos de ambos se bebían la mirada hasta el fondo de sus pupilas. Josefina sentía que nunca fue tan feliz. ¿Qué más podía desear? Demetrio estaba allí y la boda era asunto de tiempo; aplazado solo por la necesidad de que Demetrio encontrase una posicioncita, una base para establecerse. Pero transcurrió un año y un poco más y el trabajo bien remunerado y estable no se hallaba aún; así que Demetrio decidió abrir una panadería, sus nuevos quehaceres le obligaron a no ver a Josefina ni tanto tiempo ni tan a menudo. Cuando la muchacha se lamentaba de esto, Demetrio se reivindicaba plenamente; había que pensar en el porvenir; ya sabía Josefina que un día u otro se casarían y no debía fijarse en menudencias ni refunfuñar; ellos se amaban desde hace años. En efecto, Demetrio continuaba con el firme propósito de casarse, si es que se lo permitiesen las circunstancias.
A un poco más de quince años de relación, los padres de Josefina notaron (y acabó por notarlo todo el mundo), que el carácter de la muchacha había variado completamente. En vez de la sutil alegría y magnifico humor que la adornaban, se mostraba llena de rarezas y caprichos, ya no reía a carcajadas y se encerraba en un hosco silencio. Su salud se alteró también; advertía desgano, insomnios crueles que la obligaban a pasarse la noche levantada, porque decía que la cama, con el desvelo fuese su sepulcro; además, sufría aflicciones al corazón y ataques nerviosos. Cuando le preguntaban en qué consistía su mal, contestaba lacónicamente: “No lo sé”. Y era cierto; pero al fin lo supo, y al saberlo le hizo mayor daño. Pareciera que presentía lo que estaba a punto de ocurrir. Pasó el tiempo, y Demetrio cada vez más próximo a los cincuenta; una edad donde lo que es promesa si no se hace realidad se siente fracaso. En los últimos años su novia Josefina le había pedido cientos de veces que se casaran; cada vez con mayor énfasis y con cierta suspicacia; no era para menos con veintitrés años de noviazgo ya era tiempo de “formalizar”, y Demetrio se hacía el loco, su respuesta era el silencio, pensaba en lo que se venía; auto, hipoteca, hijos (en el mejor de los casos solo uno), niñera, colegio… mínimo el San Agustin (donde él había estudiado), clases de música o ballet, domingos en el club Tennis, cumpleaños, navidades tediosas con toda la familia y demás ritos que caracterizan a las familias comunes y corrientes. Pero Josefina se hartó de las vacilaciones y por muto propio puso fecha de casamiento y empezó a organizar la fiesta, el hotel de luna de miel, la casita, “el nidito de amor”: punto de partida para todo lo demás.
Dicen que la noche anterior a la boda Demetrio (48 años), temblaba de miedo, lloraba, le confesaba a sus viejos amigos Eduardo y Diego que no quería casarse. Apenas si con lo que le rendía la panadería podía alquilar la casita donde vivía; y es que justo en esa época los insumos de la panificación, principalmente la harina habían subido de precio y contrariamente el plátano estaba barato; y este último en Iquitos es un muy buen sustituto del pan. Eso no fue problema, la familia de la novia se hizo cargo de la fiesta, como de casi todo. La boda estaba programada para un día sábado al medio día. Ya sonaban las campanas y no se sabía el paradero del novio. Fueron inútiles todos los argumentos con que sus padres pretendieron persuadir a «Demetrio Sáenz» de que se presentara a la hora indicada en la iglesia Matriz. Allá lo iba a estar esperando la novia «Josefina Acosta», con todos los aparejos nupciales, Patéticamente sentada a un costado del atrio, misma película romántica (la novia fugitiva, con Julia Roberts – Pero a la inversa), también los familiares y amigos, esa mañana estaba reunida toda la «Socialite» de nuestra «Isla Bonita» había cierto morbo esperando el acontecimiento del año; el Sacerdote Avencio Villarejo, se encontraba solemnemente «aderezado» para la ceremonia con unas copas de vino demás, tenía abierta la epístola de San Pablo y preparada para caer con furia evangélica sobre la vacilante soltería de Demetrio.
Inclusive había un coro formado por tres beatas, que fueron contratadas para entonar la marcha nupcial de Wagner, ellas estaban muy bien acompañadas de un organista, y habían tenido tiempo suficiente para practicar y lucirse en la memorable ocasión…ya imaginaban la melodía acompañando a la pareja de manera implacable, feroz e impunemente por los tonos de tan hermosa melodía camino a la triste ejecución de Demetrio» cual Pavo o lechón en noche buena. Lo esperaban quinientos – ¡Quinientos! invitados con las lenguas bien afiladas, con la mayor frialdad y sin sangre en la cara capaz de asistir a la ceremonia imperturbablemente, sin inmutarse, mientras el pobre «Demetrio» transpire el amargo vinagre del acto final. Como se acostumbra para este tipo de eventos los invitados habían llegado desde una hora antes a la iglesia y se habían sentado de acuerdo al protocolo establecido por familias; la familia y amigos del novio a la derecha y los de la novia a la izquierda. Pero se suponía que el novio y su madre esperarían en el altar la llegada de la novia, sin embargo en su lugar se encontraba sólo la futura suegra de la novia, con cara acongojada al borde de un ataque de nervios.
El reloj hacía su trabajo, tic, tac…tic tac…ya estaba cerca el medio día. Demetrio debía decidir si finalmente acepta una vida burguesa o se escapa a ese destino. Y es así como llegó la hora de la boda y Demetrio no aparecía; Eso no se quedaría así! el padre junto al hermano mayor de la novia fueron a buscarlo con revolver en mano para hacerlo entrar en razón. En la casa les dijeron que se había ido, y que no sabían adónde. Mientras tanto en la iglesia la situación empezaba a ponerse color “pucacuro”. Mientras que el coro había ensayado otras siete veces la marcha nupcial, todos los invitados se habían puesto de pie igual cantidad de veces; las puertas de nuestra iglesia matriz continuaban abiertas y los pobres pajecitos, y damas de honor achicharrados de tanto calor, con los pies hinchados (señal de zapatos nuevos). Inclusive la mascota preferida de Demetrio, un imponente. “Bulldog Inglés” que respondía al nombre de “bandido” estaba debidamente ataviado para la ocasión, con un frac de lord inglés. Josefina luego de ponerse un sencillo vestido de novia y haber sido maquillada, lucia resplandeciente esperando poder entrar de la mano de su padre, mientras tanto daba vueltas como “pollo a la brasa” en el carro nupcial por toda la ciudad, a la espera que le avisen de la llegada del novio. Los testigos caminaban impacientes hasta la mitad del pasillo, donde se reunían con los padres del novio y la madre de la novia; en un vano afán de tranquilizarlos.
Para esto Eduardo y Diego los mejores amigos de Demetrio le habían anticipado todos los detalles que implicaba una ceremonia en un matrimonio católico. Al ver que las horas avanzaban y el novio no daba signos de vida, ambos amigos sospecharon donde podrían encontrar al novio; ambos tuvieron la misma idea, dirigirse al bar donde acostumbran ir! Es así como fueron hasta la cantina de nombre «Aquí estas mejor que al Frente» – ubicada en la calle Alfonso Ugarte, frente al Cementerio General – Donde efectivamente estaba Demetrio, quien hablaba solo; desvariaba, sentado frente a una copa de «Chuchuhuasi» (Preparado a base de cortezas del árbol del mismo nombre, macerado en aguardiente), todavía vestido con el escalofriante smoking que sentía como mortaja, hasta con su flor en la solapa. Había transcurrido el tiempo necesario para que en una de esas recobrara la serenidad, claro! luego de haberse empujado once copas de trago, ambos amigos procedieron a preguntarle qué cosa le sucedía, y supieron la versión de la propia boca de este novio escurridizo; que argüía tontamente que había hecho mal las cuentas y no llegaba, no podía solventar los gastos de manutención de una familia. Al ver las caras de incredulidad de sus amigos, les llegó a confesar la verdad; “Si me caso será solo para poder tener sexo sin condón”, y a pesar de ello no le veo sentido al matrimonio. Luego de ese reconocimiento ante sus amigos, entró en pánico y se escapó. Los amigos creyeron que allí podrían recogerlo como un manso corderillo, convencerlo de que volviera al redil disipado del susto inicial. Pero Demetrio había dicho rotundamente que No!…y cuando Demetrio lo decía, era porque no había amigo ni nadie lo suficientemente persuasivo para arrancarle una rectificación.
A pesar de que lo único enérgico, decisivo, perentorio que había dicho Demetrio en su vida era ese «No» rotundo y demoledor que lo había salvado en un hilo cuando ya descendía sobre el la soga conyugal, Eduardo y Diego lograron convencerlo a medias, más gracias a su estado de embriaguez; logrando llevarlo a empellones al altar de la iglesia matriz. Donde por fin “Josefina Acosta» (41 años)” la Novia”, había logrado poder decir “SI”, ante los quinientos invitados! escuchado atentamente las palabras con las que el sacerdote preguntó al novio – Demetrio ¿aceptas a esta mujer por esposa? – todo esto dicho en una forma gentil y cariñosa, en un acento romano, el mejor acento para convencer a un hombre de que la mejor vida, es la que se duerme a media cama, donde se come en media mesa, y se vive en media casa, con las otras mitades ocupadas por una buena mujer. Pero Demetrio lo había pensado muy bien. No como aquel tremendo día en que cometió la imprudencia de preguntarle a Josefina si se casaría con él, por aquel entonces estimulado más por un trastorno digestivo que por una verdadera lesión amorosa en las válvulas del corazón, Demetrio había empezado a pensar en el disparate que se disponía a cometer, ya que creía estar enamorado de otra mujer!
Por eso cuando el sacerdote le hizo la pregunta todavía quedaba tiempo para arreglar ese embrollo y se sintió en la necesidad imperiosa de negarse a cometer el sacrilegio! mientras tanto en la iglesia los invitados se impacientaban en espera de la fiesta prometida, Demetrio no estaba para preguntas capciosas. El sacerdote lo hizo por puro formulismo, en el preciso instante en que el hombre se acababa de correr un agujero en la correa de los pantalones y los tenía ya lo suficientemente amarrados para pronunciar ese «NO» contundente y sonoro, que precedió al sorpresivo ingreso a la iglesia de «Teresa Reategui» (46 años), quien corriendo, casi desesperada, apareció vestida de novia en plena boda de su ex; con el firme propósito de tratar de impedir el matrimonio de su amado. Es así que tomó la mano de Demetrio y ambos procedieron a retirarse del brazo por el pasillo central con la paciencia de cualquier pareja que acaba de contraer matrimonio, saludando a los invitados al pasar. Ninguno de los presentes hizo nada para detenerlos, todos se quedaron atónitos. Lo cierto es que hoy en día, con tanto feminismo, la policía no se tardaría en dar con el paradero de este novio escurridizo, y llevarlo de vuelta a la iglesia como un vulgar fugitivo cobarde.
Imagínense esta tremenda escena: la iglesia reventando de la crema y nata de Iquitos! la novia y el cura quedaron estupefactos. La familia de la novia estaba consternada, ya que en la sociedad loretana, la ‘espantada’ del novio marca para siempre el futuro de la mujer abandonada. Pero entonces apareció el héroe del día: un invitado de 45 años que respondía al nombre de Calixto Flores, quien había sido enamorado de la novia en la época colegial; dio un paso al frente y tomó delicadamente la mano de Josefina arrodillándose frente a ella y confesó que nunca la había dejado de amar, que sería todo un honor para él casarse en ese momento, aprovechando que los invitados estaban ya en la iglesia, el sacerdote estaba listo para efectuar la ceremonia, el local decorado con bufete y orquesta contratados para celebrar hasta las últimas consecuencias, lo cual había sido pagado en su totalidad por el padre de la novia, Josefina llena de rabia y despecho miró a Calixto y recordó la inocente época que vivieron de adolescentes…miró la iglesia abarrotada de gente y dio el SI. Desde ese momento todo transcurrió según lo previsto para alivio de la familia y del resto de invitados, que vitorearon al ‘nuevo’ novio y le desearon un feliz y próspero matrimonio.
Al día siguiente la historia de Demetrio se publicó como portada en todos los diarios de nuestra “Isla Bonita”…¡Noche Terrible! Título la prensa amarilla, tratando de explorar el miedo que sintió el novio a pocas horas de casarse. Felices los cuatro publicó otro pasquín más morboso. Fue una sorpresa muy grande para todos los miembros de la “Socialite Iquiteña” el que se rompiesen las relaciones entre Demetrio Sáenz y Josefina Acosta. Ni la separación de un matrimonio da margen a tantos comentarios. En realidad Demetrio sufría de «FILOFOBIA», que es el miedo exagerado al compromiso emocional o amoroso. O temor al cambio, a la intimidad, tardó muchos años en darse cuenta que había metido Las cuatro con “Josefina Acosta”; y que a partir de ese momento había sido considerado la escoria, paria de la «Socialite» local, por lo cual, Demetrio procedió cual «veleto» al viento como era de esperarse por su peculiar condición psicológica; a abandonar también a Teresa quien estaba irracionalmente emocionada pensando que esta vez sí llegaría a constituir un hogar con Demetrio – «Grave Error” – Demetrio no dudó en refugiarse como era su costumbre en la cantina (Aquí estás Mejor que al Frente), donde ahogaba sus penas en el alcohol, y se sentía solo pero aliviado olvidando su tristeza y sus problemas, aunque sus amigos Eduardo y Diego relatan jocosamente que en realidad Demetrio celebra sus fugas en aquel bar.