La compañía Open Biome cerró puertas y ventanas, puso el candado y se marchó de Iquitos. El emprendedor negocio que auspiciaba, la compra del producto final de la alimentación, de lo que sale del vientre o de excremento humano, se arruinó sin pena ni gloria. En el mundo de la medicina se conoce que dicha empresa compraba a 40 dólares por una sola evacuación fecal para tratar la colitis y las infecciones serias del intestino. La oferta era con ganga ya que pagaba 10 dólares adicionales si el vendedor conseguía tener heces durante cinco días seguidos.
Cuando la citada empresa arribó a esta plaza, haciendo una agresiva campaña publicitaria para adquirir las heces, tantos pensaron que ir al baño, hacer del cuerpo, bajar de peso, era un negocio redondo. El cotidiano acto de defecar era una gran ocasión de agenciarse de unos siempre bienvenidos billetes verdes. Las colas para convertirse en proveedores oficiales y autorizados de excremento no tardaron en aparecer con sus ajetreos y sus disturbios, poblando de esquina a esquina la última calle de la Próspero, donde se asentaba la referida compañía de polendas.
La venta de las propias heces se desbordó en locas ilusiones. Los cálculos sobre posibles ganancias no se hicieron esperar y hubo quien supuso que iba a cobrar 1200 dólares mensuales a razón de 3 deposiciones por día. No faltaron quienes imaginaron montar una fábrica con tal producto orgánico. Pero la venta de excremento no era pan comido. No bastaba con hacer del vientre. El postulante a vender su producto corporal debía tener de 18 a 50 años, debía gozar de una excelente salud y debía demostrar que era dueño de una digestión impecable. Eso no era todo. La evaluación seguía y tenía que contestar oralmente un cuestionario de 100 preguntas y, todavía, soportar 23 pruebas de sangre y de heces, justamente.