[ Por: Gerald Rodríguez. N].
Los botes deben llegar de distintas partes de la zona, bajando o surcando el río para darse cita en el campeonato. Las mujeres siguen con sus hijos para sentirse orgullosos de los jugadores que dejan de ser ellos y se convierten en el pueblo entero. Una vez instalados, después de haberse sorteado el partido y haber buscado al vecino de la comuna como árbitro, todo va quedando listo. No hay palcos ni ostentosos asientos en la tribuna, cada uno va con su sillita o para un pedazo de rama al canto de la cancha para taparse del sol. El partido debe empezar en breve, los jugadores ya están en la cancha, el árbitro en sandalias o descalzo busca un reloj, lo presta y pide la señal a la mesa. La mesa le indica que empiece, hace sonar su silbato y el futbol comienza. Desde entonces no existe mejor concierto de armónicas voces conjugadas entre agudos y contraltos de aquellas mujeres que dejan sordo hasta Dios. No existe un director técnico, el pueblo entero dirige el partido con sus alaridos y sus dotes de jugadores experimentados, aunque no son direcciones tácticas ni estrategias de ataque, las orientaciones van por tumbar al jugador, por lesionarlo y sacarlo fuera del juego. Los gritos siguen y no cesan, los jugadores se juegan el todo por el todo y los gritos los desconciertan más. Un jugador es tirado al piso, ha sido golpeado intencionalmente por su contrincante. El pueblo entero entra a la cancha, el árbitro toca su pito, la multitud se van contra el árbitro, el juez principal escucha todo tipo de peticiones, como que lo expulse al faulero, que lo bote. El juez no puede hacer justicia porque no le dejan ver al jugador. Los insultos contra el árbitro no cesan, su vida entera es difundida. Renuncia, -que busquen otro árbitro -dice. El jugador caído se levanta ante tanto amor de su pueblo. Las aguas se calman. La tribuna regresa a su lugar. Los capitanes buscan otro árbitro. Nadie se arriesga por no querer escuchar su vida hasta el momento desconocida hasta por él. El campeonato seguirá con su misma tradición amazónica hasta tarde horas de la noche y que seguro tendrá una final de infarto y de sentimientos encontrados. Toda una celebración única en la selva futbolística
Recuerdo los partidos de fútbol que jugué en los pueblos ribereños de Lupuna (riío Amazonas) y San Valentín (río Tahuayo) en los años 80.
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