[ Por: Gerald Rodríguez. N].
Encantado o espantado por la participación de algunos equipos mundialistas que se dieron cita en Brasil, desde la dimensión borrosa de un televisor Sony modelo 1996, que funciona no a control remoto sino a golpe , y según como se ponga el tiempo porque la antena que representa un cable mellizo número once no capta muy bien la señal, o la mayoría de veces desde la otra dimensión, no las tres D, sino la ventana D, porque desde la vereda de cualquier casa uno se detiene a observar desde la ventana de la casa ajena, con tanta multitud urbana y pasajera, el partido de uno de los países latino que están participando, incómodos por las aromas indebidas, por las cabezas que son más altas y que nos tapa la dimensión, los bajos pero intensos comentarios de los de alado que no dejan escuchar el comentario del narrador, lo que uno se tiene que pasar para mirar aquel juego de multitudes que representa la esperanza de cualquier mortal.
Aunque no se tenga el televisor último modelo, la mejor señal de cable, la comodidad de ver los partidos en casa, gravarlos y así ver si es que el árbitro tuvo o no la razón y maldecirlo mil veces, el mejor mundial no se vive desde la lejanía o la cercanía que nos da la pantalla o la ubicación geográfica, porque tan cerca del mundial – me dice un amigo- y tan imbéciles nuestros seleccionados que no nos dieron la dicha de estar presente en dicho evento. Muy cierto. Pero el mundial no es Brasil 2014, tampoco solo se le vive cada cuatro años, sino que el mundial también está tan cerca de nosotros como en el barrio, en la comunidad de algún pueblo amazónico que se dan cita cada aniversario de pueblo para hacernos vibrar de ánimos.
El verdadero mundial del pueblo está ahí, y lo recuerdo muy bien cuando tuve la oportunidad de haber trabajado en un pueblo de la Amazonía, y empecé a entender cómo es que el futbol moviliza multitudes. Y es que en la copa Maquía, celebrada en el distrito de Maquía, Provincia de Requena, Región Loreto, o en cualquier otra copa amazónica, el visitante puede ver no solo familias enteras llegando al pueblo donde se dará el campeonato, con el llullo en el brazo, las madres empiezan a ocupar pequeños espacios en un pedazo del aula del colegio, o pidiendo hospicio algún familiar lejano. La emoción se prepara. Los equipos representantes de los distintos pueblos están bien vestidos, con colores intensos y toperoles tigres o “Adibas”, todos elegantes. Se realiza in situ el sorteo y se busca entre los aficionados al árbitro, ese ser que nadie lo conoce y que luego pasará a ser el más famoso, ya sea por el gol que anuló porque cobró posición adelantada o el penal que no era penal, que lo cobró, y que le dio el triunfo al contrincante. El pobre será maldecido y odiado por unos años por los pueblos afectados. Tal vez la tarea más dura para un árbitro aficionado de pueblo.