La desaparición de Fidel Castro:
Escribe ELOY JÁUREGUI
Desde LA HABANA, CUBA.

Exclusivo para el diario Pro y Contra.

Todas las generaciones en la despedida.
Todas las generaciones en la despedida.

Las calles de La Habana se parecen a las de Iquitos por el calor y lo festivo de sus gentes pero no es igual en estos días. Hoy he vuelto a comprobar que caminar por las vías habaneras es sentir un sol esplendoroso pero agresivo. Andar en esta ciudad es percibir un vientecillo fresco pero escaso. Hoy, circular por las amplias avenidas de la capital cubana es estremecerse con un silencio conmovedor. Apenas el ruido de sus carros antiguos y el rumor de las “guaguas”, aquellos buses públicos que jamás circulan vacíos. Pero ahora, cuando el cortejo fúnebre, esa recipiente de cedro cubierto de una urna de vidrio de un metro de largo y alto llevándose las cenizas de Fidel Castro hasta donde inició su gesta revolucionara en 1956 en la zona de oriente de la isla, es ser testigo de aquella marcha a la inversa llamada “la caravana de la victoria” que esa vez tenía la algarabía popular de aquel triunfo de barbudos y que hoy tiene el llanto y la más íntima tristeza que abate en estas horas al pueblo de Cuba.

Desde la madrugada de ese sábado 26 de noviembre del 2016 Cuba vivía su manera especial de ser una urbe festiva y bullanguera. De pronto, la televisión nacional cortó la transmisión. Y luego de un breve silencio apareció en las pantallas la figura del presidente Raúl Castro. Raro, a esas horas, el gabinete del hermano del líder histórico, con la figura de José Martí detrás de su poltrona carecía del brillo habitual de sus anuncios. Esta vez le faltaba la luz y su voz entrecortada anunció que el Fidel Castro había fallecido a las 10 y 29 de la noche. Entonces nunca fue más noche que esa noche. Y todo se calló. Un llanto sordo como nunca se oyó invadió toda la isla y la tristeza se hizo estruendo silente. El líder máximo de la Revolución Cubana se había marchado a la eternidad.

CON LEY SECA

En un popular restaurante de la Calle 23, la más trajinada vía comercial y festiva del Vedado, el elegante reparto de La Habana que desemboca en el famoso malecón, a eso de las once de la mañana pedí una cerveza apurado por el calor y mi larga caminata por las zonas más importantes de la capital cubana. La joven que atendía con toda la amabilidad del mundo me expreso que desde esa mañana había una sugerencia para no vender bebidas alcohólicas. Ni modo, pedí un jugo y seguí en lo mío.

Cierto, horas después que los habaneros se esteraron de la muerte de su líder histórico Fidel Castro, uno sintió que un intenso ramalazo de tristeza los había casi paralizado a la mayoría de cubanos que observé por las calles. Todos hablaban con la solemnidad de la media voz y aunque muchos siguieron sus actividades, taxistas, comerciantes y los trabajadores de los hoteles, no obstante, la bullanga, el típico jolgorio y los gritos altisonantes, guardaban un silencio que sobrecogía.

Cerca al mediodía en las famosas escalinatas de la Universidad de La Habana de la calle L, la situación era diferente. En el mismo lugar donde a principio de la década del cincuenta un estudiante de Derecho, enfebrecido y seguido por cientos de compañeros y que a la sazón de llamaba Fidel Castro Ruz, casi a diario, salía en sus largas marchas de protesta contra la dictadura de Fulgencio Batista. Esta vez, un centenar de jóvenes vestidos a la usanza moderna y con una banderola recién preparada donde se leía: “Fidel, Hasta la victoria eterna”, lanzan cantos y arengas. Uno que ha visto las imágenes históricas de aquellas jornadas de los cincuenta se da cuenta que aquella vez los estudiantes mostraban una rabia propia de la impotencia contra la tiranía. Hoy estos chicos, al contrario, lucen igual de valientes y decididos. Pero han llorado desde hace unas horas. Y uno los entrevista y a ellos se les quiebra la voz y hasta sollozan. Cierto, ha muerto su padre histórico y no se puede con esa pena.

 

SECRETOS DEL DUELO

 Raúl Castro, discurso final.
Raúl Castro, discurso final.

El Consejo de Estado de la República de Cuba es una institución que tiene su propia gramática. A la aparición del presidente Raúl Castro a la medianoche del último viernes anunciando la muerte del líder histórico, su silencio es una constante que apenas se quiebra cuando la Comisión oficial organizadora de los actos fúnebres, de manera escueta, va informando de directivas muy concretas, la suspensión de una serie de actos públicos que ya estaban organizados en toda Cuba como el desfile en la Plaza de la Revolución para celebrar los 60 años de la travesía del mítico Granma, la nave que desembarcó en la isla a los 82 revolucionarios que iniciaron las guerrillas para derrocar tres años después al régimen de Fulgencio Batista.

Aquí no declaran ministros o congresistas de pacotilla. Lo público es una norma de dignidad. Aquí no existe apañadores de la corrupción ni televisión basura. Esta es una sociedad que no padece de una derecha ignorante y cavernícola. En la televisión se leen los mensajes de condolencia del Papa Francisco desde El Vaticano, de presidentes como Francois Hollande de Francia, Vladimir Putin de Rusia o el mismo Barack Obama de los Estados Unidos. Cierto, los envíos de mandatarios como el venezolano Nicolás Maduro o de Evo Morales de Bolivia o el ecuatoriano Rafael Correa se transmiten como amplios videosmensajes casi como  reportajes con sentidas declaraciones, historias y fotos.

Conversando con Miguel Barnet, el presidente de la Unión de Escritores y Artistas me contó que estaba muy triste, abatido pero hoy más creativo que nunca porque tiene que seguir con el proceso. “El Comandante era más que un estadista un iluminado. Yo lo vi hace unos días cuando recibió al presidente de Viet Nam. Y a pesar de su edad era ese hombre teórico con una visión crítica desde que fue un abogado joven y hasta que se convirtiera en ese hombre de acción con ese modelo martiano y de la impronta de Maceo. Luego ejerció una actitud amplia y democrática que fue el diseñador de nuestra política cultural, de nuestros principios científicos y todo el desarrollo científico técnico. Yo no creo que haya muerto, está vivo en sus ideas. Si en la tierra fue nuestro guía, ahora que está en el cielo, seguirá siendo el líder”.

DOMINGO SILENTE

Un domingo en La Habana es una epifanía sagrada del gozo como decía Lezama Lima. Esta vez  no. En el reparto del Vedado, esa suerte de Miraflores con Barranco limeño donde vivo, la edición de los diarios de este domingo no se venden en los puntos habituales.  Tuve entonces que dirigirme a La Habana Vieja, el centro histórico infestado hoy de turistas europeos y al fin, los pude adquirir. Las ediciones de Tribuna de La Habana (Órgano del Comité Provincial del Partido) y del Granma (Órgano Oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba) solo tratan en sus contenidos de la figura de Fidel Castro. Y está bien. En las 16 páginas de cada uno hay perfiles y semblanzas de su trascendencia y una que otra directiva y el plan desde hoy a partir de las nueve de la mañana para el acceso al Memorial José Martí para rendir tributo al Comandante en Jefe de la Revolución Cubana –así está escrito y descrito.

Desde el domingo hay una orden tácita que todos cumplen sin chistar. Se prohíbe el expendio de bebidas alcohólicas. He preguntado a mozos y barmans que de dónde vino la ordenanza y nadie me explica la razón. Sin embargo en los cientos de restaurantes y cantinas del centro histórico, este domingo se vende ron, vinos y cervezas a raudales. Es común ver en La Habana a policías en parejas un tanto invisibles y muy parcos en su trato. Un amigo me cuenta que hay otro sistema de seguridad que todo lo ve y todo lo sabe. Por ello los gendarmes de esta ciudad, como distraídos por aquí y por allá, pasan desapercibidos y en La Habana Vieja la vida continua a pesar de los nueve días decretados como Duelo nacional.

 

MI COMANDANTE SE RETIRA

Multitud que le despide por las calles.
Multitud que le despide por las calles.

Cuando hablo con uno y otro cubano, grandes y chicos y sobre todo, con mujeres maduras que es lo mío, nadie se refiere al líder fallecido como “Fidel”. Todos dicen o “el comandante” o “mi comandante”. En la Plaza de Armas existe desde siempre una feria de libros usados y otros objetos de valor. Amadeo, mi viejo amigo, me ha conseguido algunas ediciones que por andar enamorado, los presté y jamás me las devolvieron, como mi corazón. Al fin, en La Habana de hoy, me han devuelto mis joyas: literatura varia, música en ideas y vinilos, poesía rotunda y sobre todo, la dignidad y valentía de los cubanos.

Las últimas horas de Fidel Castro en su casa de La Habana, según los lugareños, ubicada en la Autopista Este-Oeste que parte a la provincia de Pinar del Río, tiene múltiples versiones. Circula la información que un paro cardiaco lo sorprendió mientras dormía. No obstante varios periodistas locales, cuando tomábamos un café en plena Rampa, me contaban que ya desde la mañana a su muerte, el histórico líder de la Revolución cubana se había agravado a tal punto que fueron convocados una decena de médicos a la unidad hospitalaria que se había instalado en su propia residencia. Sin embargo, ni el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, ni las pocas emisoras que se escuchan en La Habana, ni los tres diarios que se editan en Cuba señalan ni el mínimo detalle del suceso. Cuando le pregunté a un veterano taxista que cómo había muerto Fidel Castro, él que era muy locuaz, apenas alcanzó a responderme: “de esos asuntos no hablamos los fidelistas”.

Es cierto, desde muy temprano en la mañana del lunes, mientras aguardaba en la fila –aquí no se dice cola— para que se abra el imponente Memorial mausoleo de José Martí de la inmensa Plaza de la Revolución donde descansa las cenizas de Castro, dos veteranos que me antecedían se pusieron de acuerdo para convencerme que en Cuba, la mayoría no era comunista sino “Fidelista”. La gramática política de los cubanos es como ellos, variada, de contra puntos, de acuerdo al calor. Hasta ayer no había escuchado en las calles términos como marxista-leninista, ni materialismo dialéctico, ni lucha de clases. Aquí hay dos términos que nadie duda en expresar: Pueblo y Revolución. Y a lo largo de la ardiente mañana donde tres enormes filas de cubanos empujaban para subir al recinto donde descansaba su comandante para despedirse, todos con los ojos mojados y las frases en sordina solo hablaban de la muerte de su padre.

DEL VELATORIO

A las nueve de la mañana, cuando se abrieron las puertas para despedir a Fidel en toda La Habana retumbaron 21 cañonazos que se oyeron en todas partes. Miles de personas de todas las edades entonces, avanzaron en silencio con pequeños ramos de flores. Lo que me llamó la atención, al contrario, era que aquellos que no portaban ni nardos ni clavales llevaban sus smarphones con sus respectivas cámaras de videos. Aquello, solo hasta el año pasado era imposible. Recuerdo, que hace un poco más de un año, cuando el Papa Francisco realizó una misa solemne en esta misma plaza, solo uno que otro lucía estos aparatos digitales. Algo había pasado en estos meses en la isla. La tecnología de punta cuando es del pueblo, pues agarra masa y sin distingos.

Pero los testimonios que fui escuchando, entre viejos y jóvenes, entre hombres y mujeres, era ya por la tarde, que fue la hora donde la muchedumbre estuvo a punto de llevarse los controles de seguridad, eran en su mayoría, palabras que decían algo así: “Mis padres eran analfabetos y vivían enfermos, pero llegó Fidel y ahora toda la familia es profesional”. O una mujer que caminaba con un bastón ortopédico que me contó: “Yo tengo 17 operaciones en el cuerpo e incluso padecía de cáncer a la vejiga. Sin la Revolución ya me hubiese muerto hace rato. Por Fidel estoy viva”. Es verdad. Las muestras de agradecimiento por el líder fallecido no tienen parangón. Familias enteras lo están despidiendo y lo que estaba programado hasta las diez de la noche se tuvo que cambiar para que los cubanos vean por última vez a su gran timonel.

Amanece en La Habana. Esta vez no ha llovido como anoche y hoy será un día de un sol y un calor despiadado. La fila de cubanos sigue llegando a la Plaza de la Revolución, las cenizas de Fidel Castro, con el calor de su pueblo, siguen vivas. Vivas como desde la mitad del siglo pasado cuando fue víctima de más de 600 atentados y no pudieron matarlo. Eusebio Leal, el arquitecto que ha reconstruido La Habana histórica me contó que él creía que un 90 por ciento en el mundo respetaba al líder cubano, el resto, aquellos que lo odian y maldicen, odian y maldicen a la humanidad, a su igualdad y a sus derechos.

VIDA, PASIÓN Y MUERTE

Con la muerte de Castro, todos los medios cubanos no hacen más que contar sus hazañas una y tantas veces. En el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, una suerte de Telecentro en nuestros tiempos de Velasco, se repasa aquella vez que el Comandante zarpó desde México en el Granma y cómo es que llegó a instalarse en las cumbres de la Sierra Maestra para construir la primera revolución neocolonial en América. Catedráticos e historiadores del proceso declaran que la independencia de nuestros países fueron conquistas de las burguesías nacionales contra las administraciones coloniales, pero en Cuba, la Revolución fue más bien el triunfo de una rebelión popular contra la burguesía cubana que nadie duda en tildar como una tiranía.

Cuando uno les pregunta a los cubanos ¿y ahora qué va a pasar con la Revolución? La mayoría asegura que nada, que todo seguirá igual. Los más viejos hablan que existe un engranaje programático que tiene como energía la dinámica al interior del Partido Comunista de Cuba. Y otros, los más escépticos, admiten que con la estructura de poder que administra la isla desde hace medio siglo es imposible que ocurran cambios radicales en estos tiempos. Sin embargo, entrevistando a uno que otro habanero –sobre todo a aquellos que pululan alrededor de La Habana vieja y está a la caza de los turistas boquiabiertos— me tratan de decir que la isla es una cárcel con barrotes invisibles. Que no tienen futuro y que se quieren largar lo antes posible a donde sea.

En el mercadillo del Vedado en la Calle 19 a tiro de L, existe un puesto de periódicos. Doña Grimanesa se parece  mi madre cuando remplazó al viejo en nuestra pequeña librería del Parque Universitario en Lima. Es muy simpática y habla hasta por los codos. Cuando le pregunto por los diarios del día y ya son pasadas las 12 me da una lección. Que lo bueno se espera y que la  malo está a tiro de piedra. Media hora luego, es cierto, llegan los periódicos. Todos con ediciones muy gráficas, llenas de panegíricos y sin información factual. Lo entiendo, los periodistas cubanos también están tristes y aunque informan con eficiencia del cortejo fúnebre de Fidel Castro hasta su última morada. Hay pues un pueblo que silencioso, aún no estalló a llorar a mares. Por eso, cuando el presidente Daniel Ortega preguntó varias veces en la noche de la Plaza de la Revolución: ¿Dónde está Fidel? La multitud, este pueblo dolido comenzó a gritar “Yo soy Fidel”. “Yo soy Fidel”. “Yo soy Fidel”.

© Eloy Jáuregui