El mal amor
En la celebración del ardoroso día de San Valentín y sus melindres, sus glorias, sus caprichos, no solo se debió dar rienda suelta a esperados regalos, a salidas nocturnas a comer algo por ahí, a la apasionada renovación de las promesas de amor eterno, de amistad perdurable que nada tiene que ver con aquello de la comida hecha y la relación deshecha, demolida. Nadie está en contra de celebrar los eventos que hacen más llevadera la existencia, pero nos parece que tantos abrazos y frases pintorescas, caricaturizables, tantos pollos a la brasa consumidos, tantas botellas destapadas, han impedido a lo menos una reflexión sobre los resultados del amor inmaduro, del amor de superficie, del mal amor.
Es cierto que el ser humano, hombre o mujer, será siempre polvo enamorado. De eso estamos más que seguros, pero tenemos la impresión que entre nosotros, los bravos, impetuosos y encendidos amazónicos, el amor ha sido pervertido. No exageramos. Las quejas de las mujeres sobre la falta de orgasmo es más extendida de lo que se cree o acepta. La violencia contra ese mismo ser tampoco es ignorado por los machos de pelo en pecho, los del machismo obsoleto pero eficaz a la hora del maltrato o la humillación. Pero nuestra peor deficiencia, nuestra mayor desgracia, es el lamentable embarazo adolescente. Las cifras no mienten sobre esa aceleración de la inmadurez, la irresponsabilidad. Lo más grave es que desde hace años ocupamos el primer lugar en ese rubro a nivel nacional y nunca se hace nada para cambiar las cosas.
La celebración anual de las efusiones de San Valentín no pueden hacernos olvidar el mal amor que produce hijos prematuros, niños a destiempo, seres que de entrada no encuentran un hogar establecido, un lugar apto para crecer sin traumas y sin querellas o litigios contra el mundo.