EL LENGUAJE DE LOS POZOS ABANDONADOS
En la remota cuenca del río Tigre, arteria fluvial que parece pertenecer a otro mundo, sabuesos del ministerio ambiental han encontrado, como ocultos por alguna mano oscura, como escondidos a propósito por fuerzas negativas, 10 pozos petroleros abandonados. Allí están los lugares que produjeron ganancias a empresas que se dedicaron a la explotación de ese recurso. Se supone que esas entidades se fueron porque ya no había nada que sacar de las profundidades. Para esa zona en riesgo se acabó todo. Se acabó la ilusión del mañana mejor, del futuro espléndido, que apareció tan pronto estalló el pozo de Trompeteros.
Los 10 pozos abandonados no son cualquier cosa. Son más que una muestra de los daños que hizo y que hace la explotación petrolera a los colectivos frondosos que menos se han beneficiado con ese don de la naturaleza. Algo de las ganancias que se quedaron gracias al canon petrolero jamás arribaron a ellos y ellos, compatriotas que también habitan en el territorio selvático. Es decir, esas comunidades alejadas, esas comarcas siempre excluidas, fueron y son las víctimas actuales de la generación de la riqueza ajena. Esos lugares no fueron escuchados por nadie. Y ahora han logrado hacer escuchar su voz de protesta, lo cual en buena cuenta es un verdadero milagro.
El lenguaje de los pozos abandonados surge de allí, de esa angustia por evitar la ruina, por conservar la vida. Nada hubiera pasado si es que las comunidades amenazadas no hubieran decidido protestar. Es posible que se remedie el daño que provocan esos sitios sin nadie, sin producción de barriles que iban hacia la costa, hacia otros lugares de la tierra. Pero lo que no podrá arreglarse es la triste repetición de los mismos errores del pasado. La explotación de los recursos, de los dones de la naturaleza, ha sido siempre una derrota.