El caso más sonado de las abundantes tachas a los candidatos de ese 2014 fue el de un ciudadano que tenía varias denuncias por abusar de un extraño tipo de robo. En su agenda de la rapiña no figuraba algún asalto a la torta, un zarpazo contundente al presupuesto o una disimulada pero efectivo petición de coima. Figuraba la sustracción de papel higiénico. Así como se lee. Las investigaciones posteriores destaparon un suceso digno de la mayor picaresca política del mundo, pues desde que el aludido comenzó a candidatear tenía ya en su haber varios robos disimulados de ese material de limpieza.
Su novedosa carrera delincuencial comenzó en los baños públicos, de donde sacaba los rollos con una habilidad alucinante, los ocultaba entre sus ropas y huía precipitadamente. Luego siguió en los tantos hoteles al paso donde se alojaba con su comitiva de campaña. En un descuido o cuando todos dormían, provisto de una ganzúa eficaz, entraba a varios cuartos y se zampaba todos los rollos que encontraba. No dejaba ni un pedazo de papel para sonarse la nariz. Luego se ocupó de mandar asaltar los camiones que traían o llevaban abundantes rollos. A veces participaba en esas acciones convertido en simple chofer. Cuando fue denunciado planificaba incursionar en una fábrica capitalina de papel higiénico.
Cuando los sabuesos de la policía descubrieron el almacén, ubicado en un tramo de la carretera hacia Nauta, en donde guardaba celosamente todo lo que había robado a través de los años, el escandalo se adueñó de los medios de comunicación. La población conoció los detalles de ese impresionante amigo de lo ajeno. Los rollos estaban alineados, acomodados u ordenados como si se trataran de riquezas intangibles, de tesoros invendibles. El candidato no supo después qué cosa responder cuando los detectives le preguntaron qué iba a hacer con tanto papel higiénico.