El idioma de la lata

La tan cacareada inclusión social tiene sus baches,  sus fisuras. No funciona, a veces, como acaba de ocurrir en Iquitos. El reciente encuentro de tela en una lata de conserva no es ninguna fábula eventual, un hecho casual. Viene de muy atrás, del abismo que existe entre los que gobiernan y las clases menos favorecidas. En términos cercanos, esa lata que tenía  el sello y el logo del Ministerio de la Inclusión Social, viene de atrás, de las tantas metidas de pata del ahora desaparecido PRONAA. A cada rato estallaban falencias con los alimentos que se donaban, regalaban, con previa propaganda como si comer una o dos veces fuera signo de una auténtica integración de los pobres al país que desde hace tiempo tiene sus cifras en azul.

Pero esas alabadas cifras, sobre todo por los que se benefician con ganancias y prebendas, no deben hacernos olvidar que todavía la inclusión social es una tarea por hacerse, por enderezarse, por orientarse. Este gobierno ha convertido en una de sus más sentidas prédicas ese rubro que es uno de los graves desencuentros de este país. Nadie puede estar en desacuerdo con ese intento de evitar el abismo entre los peruanos y peruanas. Por eso mismo creemos que este gobierno tiene que tomar sus medidas para evitar el fracaso.

El hecho de patear latas, en el lenguaje popular, significa alguien que no tiene trabajo, que no sabe qué hacer, que vaga sin rumbo por las calles o caminos.  Ahora la lata puede estallar en un nuevo significado. En una muestra de que la famosa inclusión social no marcha como debería marchar. Y no marcha no debido a la lata de atún, a la conserva en lata, a la botella de aceite, al kilo de arroz, sino a la falta de una voluntad técnica y política de hacer que cada peruano y peruana deje atrás la marginación. Ello implica que los funcionarios encargados de esa misión no están cumpliendo su papel. Así de sencilla es la cosa.

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