La doctrina ejecutiva en el Perú, impuesta a trancas, batidas y barrancas por el ministro Urresti, ha convertido al actual gobierno en una suma de funcionarios prácticos. Todos los ministros cerraron sus oficinas burocráticas, despidieron a sus asesores que se extraviaban en las muyunas de la teoría y aumentaron sus horas de labor. Así, por ejemplo, el ministro de energía y minas se dedica a extraer minerales en los más profundos socavones andinos. Y, más tarde, trabaja como petrolero en la montaña. El ministro de transportes y comunicaciones, por su parte, no se queda atrás y maneja su microbús, su llevollevo o su motocarro.
El que más trabaja en su campo es el ministro de economía. El señor Castilla ha puesto su propia bodega y bar para verificar entre la compra y la venta si las cosas suben de precio. Después se va a controlar su puesto de papas que tienen en el mercado de La Parada. Para no perder el compás de las exportaciones se ha convertido en un vendedor de cuyes y camotes. Al cierre de esta crónica viene armando su negocio de venta de pavos. Todo lo que gana lo presta a las personas necesitadas con bajo interés. En declaraciones a este escriba, dijo se trata de que la economía deje de ser un asunto de ceros más o ceros menos y se convierta en una motor de la gente que quiere emprender algo.
En la bananera fronda nacional, parcela siempre atrasada con respecto al país, el pragmatismo que se impone en el Perú todavía no llega. El único que ha tomado en serio al ministro Urresti es el dueño de la empresa basurera. En extenuantes jornadas, vestido con su overol de mecánico, su caso de policía, sus guantes de médico, sus botas de cazador furtivo, junta toda la basura que puede y lo lleva a poner en la vereda del burgomaestre de Punchana.