Había llegado a la selva luego de varios meses de ausencia. Iquitos es uno de los lugares más propicios para desarmar tus ideas que intentas ordenar en otros sitios del país. No es magia ni lo exótico que te genera ese desahueve. Es la capacidad inmediata de zafarte de tus ideas convencionales con respuestas simples de sus pobladores que disparan estas palabras sin mayor esfuerzo. Cómo si estuvieran preparándose para tu llegada.
Luego de acariciar algunos ríos cercanos y de pasar inevitablemente por el bar de cualquier arrabal. Porque el corazón charapa palpita de verdad en esos lugares y, de ahí madrugar a alguno de los puertos para comer ese caldito mezquino en especies, pero profundo en sabor, me dispuse a entender porqué un pueblo había olvidado tan pronto esa posición férrea contra el fujimorismo que yo había mamado por años y a diario que casi logró convencerme.
Intentar comprender qué había pasado por los cauces de esos ríos de gente que de pronto se había volcado a apoyar a una candidatura que en otros tiempos ni siquiera hubiera podido poner un pie y menos llenar una plaza o afilar cientos de motocarristas con banderas naranjas, como si se tratara de una fiesta popular.
O es parte de al amnesia de cualquier pueblo o si se trata de curar una herida como Tiwinza que además no fue propia, sumado a la ausencia de un coro radial propagandístico haciendo apología por los valores patrióticos que enarbola o nacen en la frontera peruana. Había sí, una discusión visceral de le gestión regional a la cual se anteponía una decepción, casi comparada a la que la población nacional siente con el gobierno de Ollanta Humala.
La agenda de los medios, era precisamente esa menudencia. Qué si cobro tal o cual asesor, que si hubieron unos chats, que si la mujer ordenaba alguna compras, que si sus lágrimas eran de cocodrilo, qué si las cartas acusadoras llegaban desde la cárcel, que si los boletos de los pasajes de San Juan se habían repartido entre amigotes, que si tal o cual gerente es un pobre tipo que no sabe donde está parado y decenas de liliputienses casos que sazonaban la discusión y entretenía a la gente.
La elección nacional era una discusión de quiénes apoyaban regionalmente a ambos bandos. De hecho lo que antes podría ser una traición por apoyar al fujimorismo, ahora se resumía a quién representaba mejor esos intereses y cuánto había blanqueado al grupo político. Detrás de todo esto cabía una conclusión popular simple. Esos atributos autoritarios y de corrupción son atribuibles a todos en menor o mayor grado. Y en el caso de Iquitos, nadie recuerda una obra más monumental que la habido en los últimos 50 años: su carretera. Ósea que el cuento fujimorista, está bien contado allá.