En nutridas y concurridas ceremonias de pizzas acabó la candidatura de Mauricio Diez Canseco. Los hondos platos, preparados por el inesperado candidato a la presidencia peruana, fueron la nota más pintoresca de aquella campaña donde también participaron otros cocineros, tratando de ganar el trono político por el recurso de la sazón, del gusto culinario. Diez Canseco no ofrecía nada notable durante su gestión sino solamente esos potajes que no todos los peruanos comían. Las pizzas eran consumidas mañana, tarde y noche, en una tentación glotona que no dejaba nada que desear, pues se podía repetir el plato sin ningún inconveniente.
La campaña pizzera abortó de un momento a otro, pues uno de los opositores detectó que tanta pizza convertía a los posibles electores en seres dominados por la gordura. En efecto, los gordos no eran tantos cuando comenzó esa empalagosa campaña. Luego aparecieron obesos por todas partes como una invasión indeseable. Era una verdadera clínica de la grasa el país que abusaba de las pizzas. En vano Diez Canseco quiso introducir la pizza vegetariana, pues los probables votantes no querían saber nada con otro tipo de potaje. Anhelaban esa sabrosa pizza preparada con todos sus picantes ingredientes para conquistar votos.
El día de la votación los obesos, víctimas de tantas pizzas no votaron simplemente, pues no podían ni caminar ni emitir el voto correspondiente. Estaban tan maltratados que apenas podían parpadear. Todos y todas vivían echados en sus camas. Como consecuencia de ello, Mauricio Diez Canseco perdió las elecciones. El saldo de esa otra opción gastronómica fue convertir al Perú en el país con más gordos de la tierra. La utopía del país de los pizzeros, lema acuñado por el citado, acabó así para siempre, terminando de paso con la ilusión de convertir al Perú en una nación de cocineros.