En un afán de combatir decididamente a la delincuencia, profesión que hacía de las suyas en la ciudad de Iquitos, se procedió a despedir a los custodios, serenos y demás uniformados que insistían en ser gordos. Era imposible que con esas huatas desproporcionadas semejantes personajes pudieran combatir a hábiles y escurridizos ciudadanos dedicados al robo, al toque y a la fuga, a la escala, la monra y el carteristmo. Por lo tanto tenían que bajar de peso, disminuir la grasa que cargaban en sus cuerpos y ponerse moscas y muy pilas para acabar con la abundante chorería. Los uniformados obesos no fueron dados de baja de un plumazo, sino que primero eran advertidos para que hicieran ejercicios, dejaran de tragar como condenados. Si los gordos no querían obedecer las normas recién eran separados de sus labores.
Los despedidos, con sus enormes barrigas al frente, protestaron por todos los medios contra esa medida. Armaron bullicio y jaleo, diciendo que no se podía atentar contra el derecho al trabajo, contra la ganancia del pan con el sudor del rostro, contra la posibilidad de comer todos los días. .Pero los institutos uniformados no se dejaron amedrentar, combatieron los tinterillajes de sus abogados y lograron mantener en raya a los obesos. Estos tampoco se salieron con la suya pese a que tomaron varios locales donde se vendía comida.-
En el presente, no existe en ninguna parte un solo custodio obeso. Los guardias civiles, los serenos, los hombres de los grupos especializados lucen un vientre liso y son muy rápidos para reaccionar cuando se trata de un asalto, de un crimen o de un simple arrebatamiento de alguna prenda. Como consecuencia de la ausencia de gordos, el índice de la delincuencia viene bajando visiblemente. Se espera que antes del fin del presente año, desaparezca cualquier manifestación visible de las horas delincuenciales-.