En aras de compartir las buenas nuevas de la fiesta pascual, los municipios de la provincia de Maynas decidieron dejarse de cosas e invertir sus recursos en sendas chocolatadas. El ideal era que nadie, ni hombre ni mujer, ni niño ni adulto, ni forastero ni oriundo, se quedara sin su taza de chocolate y su pedazo de panetón. Era el principio de la inclusión de todos en una cena tradicional lo que entonces movía a los burgomaestres empecinados en celebrar una navidad diferente, una navidad compartida. De manera que hicieron cálculos, sumaron y restaron y se mostraron proclives a agasajar a los ciudadanos de ambos sexos de toda la provincia.
La campaña de las vastas chocolatadas comenzaron con la presencia de payasos itinerantes que primero contaban sus chistes y hacían reír a los presentes. Luego aparecían los músicos folclóricos con sus canciones y después hacían acto de presencia los servidores de la chocolatada que eran los mismos alcaldes. Estos, vestidos como atractivos y bulliciosos papanoeles, servían el menú sin fijarse en la cantidad de los beneficiados. Era como una feria abierta para todos y donde nadie se podía quejar. Ninguno de los alcaldes se había preocupado de censar a la población de la provincia y debido a ello comenzaron a gastar más de lo presupuestado. De todas partes venían gentes exigiendo su ración navideña. Aparecían de repente y formaban conglomerados humanos que hasta estorbaban el tránsito peatonal y vehicular. Se presume ahora que de otras provincias se infiltraron de improviso para recibir la famosa chocolatada. Ello bien pudo desequilibrar la inversión inicial.
El tiempo ha pasado desde la navidad del 2015 pero hasta ahora hay gentes que piden lo suyo, mientras las gestiones se encuentran arruinadas. Nada queda del presupuesto que se gastó a manos llenas. Nada queda del interés de servir a tantos.