El ejemplo de paoyan
Los cronistas castellanos, cuyos libros todos deberíamos leer para entender nuestro pasado, cuentan que las crecientes de antes no eran tragedias ni individuales ni colectivas. Salvo alguna cosecha perdida, alguna casa descuajada, algún accidente fluvial, las cosas seguían su curso normal en tiempo de inundación. Las estrategias para neutralizar a las aguas crecidas era fomentar estanques en las tierras altas con peces y quelonios, enterrar en lugares seguros alimentos o insumos preparados para aprovecharlos después. Incluso había naciones que comerciaban sus productos en plena creciente.
Es lamentable que toda esa sabiduría práctica se haya perdido, mientras las clases gobernantes imitaban patrones ajenos a la esencia de estos verdores. Las crecientes de ahora si son tragedia individuales y colectivas. La palabra agregado designa a toda aquella persona que carece de vivienda y que requiere de hospicio, de alojamiento. Esa figura, la del hombre o la mujer que no puede habitar en su morada y que requiere de un lugar para seguir viviendo, es una tragedia que aparece masivamente por primera vez en una inundación.
En la carretera de Iquitos hacia Nauta un ciudadano generoso abrió un albergue para alojar a los agregados de hoy. Porque la solución de la carpa ya no es suficiente. El problema de la inundación ha desbordado todo plan de contingencia. Las cosas pueden ser peores en los años venideros. La verdadera solución a la creciente no está en la madera para el puente, en la carpa asentada en la intemperie, en la casa para el agregado, en la asistencia a los damnificados. Todas esas medidas, necesarias desde luego, son paliativos. La verdadera solución, ejecutada también por nuestros ancestros cuando las papas o las aguas quemaban demasiado, ya la hizo el actual pueblo shipibo de Paoyán. Hace poco, ante tanta creciente no calculada ni codificada, la aldea en su conjunto, desde el alcalde hasta el más modesto artesano, decidió marcharse hacia las tierras altas. Ese pueblo ya no sufre los embates de las aguas alzadas. ¿Qué les sugiere esa solución a nuestros lectores y lectoras?
A estos sabios shipibos, a quienes muchos en la «ciudad» lo llaman «indios» son mucho más felices en sus tierras altas porque por años buscaron su mejoría y ahora el río no los afecta en nada, o como los shipibos que viven en el Pisqui.
La mayoría que vive en el bolsón de la ciudad sabe lo que les espera con cada creciente, pero con el cuento de la pobreza y el deber de las autoridades de ayudarlos todos los años se asientan en esos lugares aun sabiendo que cada creciente pequeña o grande les afectará.
Aunque no faltará un imbécil en el micrófono o con su tinta que culpará a la autoridad local, regional o nacional de la creciente, hasta culpando a la población que «esta es una maldición por haber elegido mal».
Falta mano dura a las autoridades, no permitir que sigan poblando las zonas inundables y sancionarlos, no queda otra, ¿cuanto dinero que puede servir para otras obras se tiran prácticamente al río todos los años y todo por el capricho de unos cuantos?.
Los comentarios están cerrados.