En los laberintos de las calles centrales de esta ciudad hay un caos de ruidos y de fierros, una congestión vehicular sin precedentes. No nos referimos al desorden del tránsito habitual, a los embotellamientos inesperados o de costumbre, a la persecución de pasajeros de parte de los señores motocarristas, a las carreras espectaculares de los microbuseros suicidas. Escribimos sobre el impresionante desorden de las motos acantonadas en algunas arterias. De un tiempo a esta parte, como si se tratara de una aparatosa fiesta pública, un ardoroso partido de fútbol o un convocado mitin político, todo se convierte en un pequeño infierno provinciano. La más infernal parece ser la más central de las calles iquiteñas, la segunda cuadra de la Próspero.
En esa calle antigua como la misma urbe oriental, de un extremo a otro, de punta a orilla, de frente y de costado, de abajo hacia arriba, durante todo el día, se arruman, confunden, estorban, las motos y otros vehículos inoportunos. Como si esa calle fuera zona de parqueo, punto obligado de reunión de vehículos, centro de estacionamiento, los conductores no se hacen problemas sobre orden y decencia callejera y se disputan los espacios de por allá. En ocasiones pueden competir por ganar un lugar. En otras calles ocurren los mismos dramas diarios. El pequeño infierno de provincia afecta a los unos y los otros, a los de a pie, a los transeúntes, a los compradores de las tiendas, a los simples ciudadanos que caminar por esos lugares, como si en la ciudad no hubiera ni un solo funcionario edil.
Eso es lo más grave del asunto. Está bien que el señor burgomaestre de Maynas ande ocupado en viajar por todo el mundo, que vuele en parapente, Pero está mal, muy mal, que nada haga para remediar ese caos diario. ¿Qué espera para tomar medidas contra esa pesadilla? ¿Un accidente masivo, sobrecogedor, brutal?