EL DÍA PERDIDO
En la perpetua Roma el ruido no tenía carta de ciudadanía pese a las comilonas y las borracheras. Estaba, por ejemplo, terminantemente prohibido el paso de los caballos y carretas en la noche. El conchudo que violaba ese dispositivo era perseguido, atrapado y metido en chirona. O, inclusive, ajusticiado. La drástica sanción no era para menos. Era un acto de justicia contra los que perturbaban los oídos ajenos y producían malestares en la salud de los otros. En el sonoro, bullanguero y alborotador Iquitos la lucha contra el ruido es bastante pobre. Tiene pocas nueces. Consiste en la medición reiterada, de vez en cuando o nunca, de los decibeles en algunas calles. Nadie sabe para qué o para quién se toman tantos datos. El flamante Comité Contra el Ruido, que alguna vez existió, hace millones de años, brilla por su ausencia. No hace ni silencio. Lo bueno no vale para los iquitenses.
En los tiempos de Roma el ruido era ya letal para la salud. Ahora es peor de lo que parece. Es un cáncer múltiple. Estudios serios determinaron que esa peste produce irritabilidad, estrés, dolor de cabeza, taquicardia, fatiga, problemas cardiacos, insomnio, sordera, molestias digestivas, disminución del apetito sexual y, todavía, contribuye a los accidentes de tránsito. Los auriculares o audífonos no son recomendables porque producen, a la corta o la larga, problemas auditivos. Nosotros agregamos que tanto ruido hasta puede producir amor perverso a los últimos lugares, a la baja, a la cola, a la retaguardia, como ocurre por acanga.
La Organización Mundial de la Salud, que no es una entidad para brindar o chupar entre amigotes, patas o bebedores de siempre, desde hace 15 largos años, celebra el último miércoles de abril de cada año el Día Mundial contra esa lacra o peste o desgracia o desventura o infierno permanente. Este 2013 la celebración contra el ruido cayó el 24. O sea antes de ayer. Y, como en el caso del libro, no pasó nada importante. Nada ocurrió en la célebre ciudad del Dios del amor, a la cutra callada y silenciosa, al pacto infame de hablar a media voz, a la protesta entre cuatro paredes y desde una hamaca.