El día perdido
En el terrible mundo de hoy, pese a la amenaza del fin de los tiempos para este 21 de diciembre, no todo está perdido. Hay alguna ilusión de que las cosas mejorarán en cualquier momento. La brutal globalización, fenómeno nada nuevo en la historia humana, no solo es de los tiburones y las pirañas de las finanzas, de los que más tienen y más quieren, de los que devoran crudos a los peces pequeños, sino también de las causas nobles. Las Naciones Unidas, por ejemplo, ha decidido salir de su encierro oficinesco, de sus frías cifras publicadas sobre tantos males y pasar a la intrépida acción. En ese nuevo amanecer viene impulsando la lucha frontal, ecuménica, contra la famosa, célebre y muy rentable corrupción de siempre, de entonces y de todavía.
La planetarización de la guerra contra ese flagelo que afecta a toda sociedad, que contribuye a crear más pobres en cualquier parte, es una interesante posibilidad de crear un colectivo planetario, una especie de partido cívico y universal que luche en varios frentes contra la impunidad de tantos corruptos. Uno podría imaginar una tierra distinta a la de ahora, entidades dedicados a acabar con esa lacra, con ciudadanos (as) alertas y conectados permanentemente para evitar las garras largas. No es una ficción lo anterior. Recordemos que muchos sueños importantes se hicieron realidad después de siglos. La unidad europea, por ejemplo.
Ayer domingo, en toda la amenazada tierra por la profecía maya, se celebró el Día Internacional Contra la Corrupción. En tantas partes hubo marchas, discursos, brindis. Entre nosotros, en Iquitos y otras ciudades de los verdores, no pasó nada. No se oyó la crucial prédica nacionunidista. Ni los parásitos que hablan todos los días de corrupción pero no muestran pruebas, hicieron algo. Se escondieron en sus aullidos estériles. Es grave que se haya dejado pasar esa fecha sin hacer bulla. Esa protesta universal fue un día perdido acá, donde la corrupción tiene larga cola. No podemos desglobalizarnos de esa lucha, tan alegremente.