En una ciudad divertida, juerguista y juguetona como Iquitos y sus embutidos, fue un verdadero crimen que nadie, ni el hijo del vecino, tuviera la suficiente efusión vacilonante para celebrar, festejar, armar la batahola ayer domingo. Fue un error de gran tamaño esa ignorancia o ese olvido, pues en todo el esforzado mundo, que apenas tiene tiempo para descansar, se conmemoró el Día Internacional del Juego. Tremenda fiesta, en verdad. Porque juego, luego existo, se podría decir ahora que a cualquiera se le exige más trabajo, más ruptura del lomo. Mientras en Lima las autoridades ediles hicieron algo en los parques zonales, en la urbe iquitense no se hizo nada. Ni para el gasto, como se dice. Es una pena que semejante fecha haya pasado en blanco y en cero.
Es de suponer que si algún fandanguero radical, uno de esos tipos que todo lo arruman a la diversión, hubiera sabido que se venía ese tremenda conmemoración hubiera buscado corriendo sus padrinos, sus tutores, sus compadres, sus auspiciadores, para aunque sea promover el juego de carnaval o las tres marías o el cachito cantinero o el bingo populoso o el cepo en los patios o cualquier otra cosa. Pero ayer domingo pasó de largo, con sus acostumbrados basureros cerca de cualquier nariz. Fue de todas maneras un domingo triste y nadie, que sepamos, ni siquiera jugó tirándose las almohadas con su pareja, distracción lúdica que recomiendan los chinos para relajarse en el trabajo.
Los candidatos de todo calibre y pelaje, que juegan el serio juego de ganar las elecciones, no hicieron ni siquiera una pichanga pelotera, una exhibición de las bondades de la timba o una carnívora parrillada. Se cruzaron de brazos y no trataran de ganar más votos, anunciando al juego como una clave de sus gestiones. Es alarmante esa ausencia, pues una sociedad que se olvida de jugar, aunque sea a las escondidas, acaba mal.