El desliz de la embajada
Desde la tunda que recibió Vicente Yanez Pinzón de parte de los oriundos, la imagen de los amazónicos cayó por los suelos. Toda la gama del insulto y la diatriba atraviesa la conflictiva historia de nuestra relación con los otros, con el otro mundo. Los más grandes estúpidos que anhelaron lo peor para estas tierras fueron los hermanos Ulloa: recomendaron al rey castellano que enviara como colonizadores a los presos y los que estaban en trance de acudir a las cárceles. No sería nada extraño que para muchos norteamericanos de ahora, los montañeses sean los no contactados, los que andan desnudos, los que se comen los unos a los otros.
En ese contexto dudoso también se puede ver la reciente metida de pata de la embajada norteamericana. El secuestro por acanga es un desperdicio. No rendiría ni para la sal o para el culantro. Para que un secuestrador tenga relativo éxito debería tener un raudo parapente para que pueda llevar a su víctima a algún paraje lejano. ¿Cómo y cuándo cobraría el rescate si estará tan lejos de todo, de bancos y prestamistas? De tal manera que por ahí no es la cosa. Los secuestros en esta ciudad solo existen en la mente de algún asesor bien pagado y peor informado que leyó mal los códigos, las señales, los chismos del hampa.
Las supuestas bandas de avezados secuestradores podrían tener en la mira a la ciudad de Quito. No a este Iquitos que tiene otro tipo de delincuentes en actividad. Vivos y coleando. La embajada norteamericana debe tener más cuidado a la hora de mal informar a sus súbditos, de asustar a los turistas con o sin mochila que quieren vivir la vida del trópico peruano, de conspirar contra una ciudad que con sus defectos y virtudes, lucha por salir del histórico secuestro de ser una especie de patio trasero del Perú.