En exasperada y ofensiva declaración el novelista del premio Nobel dijo que Ollanta Humala y Keiko Fujimori eran seres de un submundo, del subsuelo del cáncer y de la peste rosa. La frase, algo farmacológica, algo medicinal, vinculada a algún hospital o centro de curación, podría hacer pensar a los que no conocen este país, que los peruanos después de ayer domingo están perdidos. Extraviados en el abismo de la quimioterapia, de los tratamientos, del peligro del contagio, desesperados por aprender los beneficios de la fidelidad para no caer en brazos del virus sidoso. Porque ambos han pasado a la segunda vuelta. Pero esa imagen desastrosa no es así. Ni Humala es lo uno ni Fujimori es lo otro.
Es posible que al escritor se le subió a la cabeza la nevada arequipeña, secreción que apareció porque su candidato favorito, el señor Alejandro Toledo, ese mastín obsecuente del modelo, caía en picada. Ni Humala ni Fujimori se oponen a ese modelo tan alabado por Mario Vargas Llosa. El primero de ellos no solo abandonó su camiseta roja en sus presentaciones públicas, sino que alteró su discurso petardista, ablandó sus cuestionamientos sobre la desigualdad nacional, se entibió aceleradamente. Tanto que llegó a ofrecer una suma ridícula para ciertos jubilados. Keiko Fujimori, a quien la corrupción del pasado reciente no le dejará en paz, piensa perfeccionar el modelo con más asistencialismo como sus ofertas de mochilas y zapatos a los escolares de menos recursos.
El corresponsal de El País, de España, lo dijo con toda claridad después de conocidas las primeras cifras: en el espectro político peruano ya no hay nadie que sea antisistema, nadie que patrocine el cambio del modelo mercadista. De manera que el desafío de la segunda vuelta que se viene será una disputa por legitimar y ahondar la confianza popular en una mejora, un perfeccionamiento de la distribución del crecimiento, de las cuentas en azul. El desafío de la distribución de la riqueza, en suma. Algo que siempre ha fracasado en el Perú.