EL DERECHO DE BEBER
En la urbe bochinchera, donde reina y gobierna la divinidad del amor, a la tontería, lo bebestible y bebiente, 23 menores de edad fueron ampayados, descubiertos y pillados, mientras como inocentes criaturas empinaban los codos y hasta sus mismas vidas. A altas horas de la noche, en el momento de la labor de los amigos de lo ajeno, en vez de dormir arropados como angelitos que solo toman agua mineral y de soñar confiados con hadas madrinas y varitas mágicas, los seres del mañana prefirieron el desvelo entre vasos y botellas. Y mucha música, pues se trataba de una de las tantas fiestas en un lugar conocido como Centro de Convenciones del Pardo.
En medio del jolgorio espirituoso y parrandero, esos inocentes ciudadanos chupaban como si tal cosa en medio de adultos y adultas. Hacían salud y volteado, bebían hasta el concho con toda concha y se achispaban sin que nadie les dijera nada. La ley prohíbe que los angelitos anden entre heladas, beban sin freno, pero a los adultos y adultas de esa noche esa prohibición les importaba un cangrejo. Todo entonces era un vacilón y la vida era más que un carnaval, hasta que arribó la fuerza edil.
Los 23 menores de edad de ambos sexos deben estar lamentando el haber agasajado al achispado Baco. Los que ni siquiera se quejan son los dueños de ese lugar, donde antes se jugaba fútbol. Resulta que ese infierno de ruidos y borracheras vedadas no fue clausurado. Nada de eso. Chupar es sagrado. Ayer lunes en las puertas de ese lugar aparecieron letreros donde se prohibía el ingreso de menores de edad. Nada más. Así no vamos a acabar con las malas costumbres y las peores juntas de los menores de edad. Porque da la impresión de que a nuestras autoridades les basta con detener de vez en cuando a los inocentes angelitos. Después de varias copas, después de tantas botellas, como si se respetara su derecho a beber, a emborracharse, a armar quilombos.