El pintoresco Kim Jon – Un, presidente de Corea del Norte que recibió el cargo por herencia gracias a la bendición paterna y no al esfuerzo propio, comete cada trastada, mete la pata por segundo y es una figura emblemática de la picaresca moderna del poder. En su haber cuenta con delirios, extravagancias y locuras propias de un desquiciado mental y no de un líder capaz de dirigir el destino de millones de seres. Su gobierno es una serial de desastres que muchas veces han puesto al mundo al borde de una contienda nuclear. En su agenda de gobierno acaba de incorporarse una medida de antología.


Resulta que en Corea del Norte, por diversos motivos, por muchas razones, se han incrementado últimamente los suicidios. Algunos súbditos de ese país deciden poner término a sus días sobre la tierra y se van con su música a otra parte. En cualquier lugar existen los suicidas y anualmente en el mundo algo así como un millón de personas acaban con sus días. De manera que no es ninguna novedad que ciertos seres acaben con sus vidas. Pero ese hecho lamentable cruzó los fusibles del citado mandatario y le obligó a tomar una medida drástica que comunicó a sus asesores, funcionarios, vasallos y demás serviles de turno, después de una reunión de emergencia nacional.


De un solo golpe, sin sonrojarse o avergonzarse, decidió prohibir los suicidios en los límites de su país. Prohibir sin más el acto voluntario o forzado de arrebatarse la vida como si eso fuera un suceso externo y no una decisión personal, íntima y voluntaria. De esa manera ese hecho luctuoso pasó a convertirse en un delito bajo la figura de traición a la patria. Todo aquel que se mata por mano propia entra entonces en el campo de la delincuencia.


Ello de todas maneras se convertirá en un impedimento para que algunos norcoreanos se vayan para otros lares. Los que opten por el suicidio tendrán que abandonar el país y quitarse las cargas y costos de respirar en un país que no prohíba el suicidio. Es decir, todos los demás países de la tierra donde cualquier hijo del vecino puede elegir su propia partida final. No es ningún delito optar por la propia eliminación. En otras partes, claro está, menos en Corea del Norte, según sabia decisión del inefable Kim Jong. Para que el cuadro del absurdo se complete el mandatario en mención debería prohibir la muerte que es un delito contra la multiplicación y expansión de la raza norcoreana. Todo aquel que se muere deberá ser declarado como un verdadero traidor contra los sagrados intereses de la Nación y del régimen.