El afamado debate político, convocado por una universidad local, todavía no se realiza pese a que ya pasaron las elecciones electorales del 2014. Una serie de trabas, de retrasos, de desviaciones, postergaron ese importante encuentro entre candidatos de distintas y hasta contrapuestas tendencias. Sucedió que de repente, mientras se ajustaban los detalles últimos de esa cita, hubo un apagón tenebroso que duró varias semanas. Luego el agua potable brilló por su ausencia durante otras semanas. Después nadie pudo caminar por las calles iquiteñas debido a la abundancia de desperdicios en veredas y esquinas.
Después que los servicios se normalizaron, por unos días, el debate tampoco pudo ejecutarse. Debido a la exagerada celebración de fiestas por cualquier cosa, a los feriados largos que fueron impuestos por el gobierno de turno, a los paros de transportistas, a la toma de los locales universitarios que exigían una rebaja en las pensiones educativas. En ese caos social algún candidato no pudo asistir a la nueva fecha propuesta, porque justo ese día era su santo. Hasta que los organizadores se cansaron de tanto retraso y dieron el ultimátum de ley. Allí surgió la oculta madre del cordero. La verdadera causa de la eterna postergación del debate eran los mismos candidatos.
Los referidos, para asistir al convocado encuentro, ponían condiciones y exigencias como si las elecciones no se hubieran realizado. Así el señor Mera quería llevar sus gallos con sus correspondientes gallinas, el señor Monasí pretendía cargar con sus piantes pollitos y sus sopones motocarreros, el señor Noriega se obstinaba en tomar el desayuno con los asistentes pero no con sus rivales políticos, el señor Hermógenes Flores anhelaba repartir sus motores del desarrollo, el señor Francisco Sanfurjo discutía con medio mundo porque pretendía instalar un karaoke en el lugar del debate y Charles Zevallos amenazaba con repartir besos apasionados y nada judaicos a sus más feroces rivales políticos.